60 AñOS DE CAMINOS
Me dicen que para los judíos, 60 años representa la mitad de la vida. Suena alentador ya que mi curiosidad es grande. Sin embargo, más allá de si sí o si no, llegar a este puerto del camino me invita a reflexionar sobre lo que aprendí y quiero compartírtelo con la invitación de hacer lo mismo, a final de cuentas, a la hora de la hora, lo único que nos llevaremos serán las lecciones aprendidas y, por si hay regreso, no repetir el curso.
Margarita Robleda Moguel
LO QUE APRENDÍ
Aprendí que por mucho que me esfuerce, nunca lograré dar gusto a los demás, por lo que no vale la pena preocuparse por ello.
Aprendí que soy la única responsable de mi felicidad. Qué nadie está obligado a darme lo que yo no soy capaz de hacer, por lo que cualquier reclamo, en ese sentido, está por demás.
Aprendí que siempre hemos tenido crisis, lo que sucede es que no aprendemos y repetimos, una y otra vez, la lección.
Aprendí que si me reconozco, podré reconocer a los demás. Al reconocerme no temo tu éxito, me gozo en tu gozo y te apoyo en tus días nublados. Aprendo de ti.
Aprendí que puedo enojarme y reclamar cuando atropellan mis derechos, que eso no quiere decir que sea una vieja neurótica y menopáusica, como usualmente nos han llamado, sino una mujer consiente que merece respeto.
Aprendí que la felicidad no es un estado constante sino instantes que se van hilando y en vez de ruido, se trata de alcanzar armonía, coherencia, equilibro, paz.
Aprendí que debo planear, tener metas, pero también escuchar a mi cuerpo y expresar sentimientos: a veces es sí, pero también hay no… y no debo sentirme mal por ello.
Aprendí que el Dios que me legaron mis mayores me ha fortalecido e invitado a crecer; de igual manera, que mi fe no es credencial para juzgar y negar la de los demás.
Aprendí que no importa cuánto me preocupe por hacer más fácil el camino de los cachorros del clan, ellos tienen que vivir sus propios crisoles para fortalecer sus alas.
Aprendí que la mayoría de los comerciantes tienen doctorado en mercadotecnia y nosotros, nosotras, ni siquiera jardín de niños para defendernos. Que los amigos y amigas no se venden en las tiendas. Son un regalo que hay que regar y cuidar con cierta frecuencia.
Aprendí que el negocio de Hollywood es vender películas, por lo que, por más que pinten el futuro aterrador, éste será únicamente consecuencia de nuestros actos hoy.
Aprendí que la paz se construye en la justicia y que a los enemigos de la humanidad, no les interesa que leamos, pensemos, analicemos; que hagamos alianzas solidarias y busquemos el bien común.
Aprendí que lo que a mí me toca, es hacer lo mejor posible mi parte y no permitir que nada ni nadie me robe la alegría que brota de la esperanza de un mundo mejor para todos.
Aprendí que en el corazón del cactus brota agua miel y que detrás de cualquier máscara sobrevive un ser humano.
Aprendí que mientras siga curiosa, investigando, aprendiendo y compartiendo, podré vivir muchísimos años joven y viva: muy viva.
Aprendí que el que se cierra pierde, que frente a cualquier situación sólo hay dos caminos: quejarte o aprender y que la gentileza es el mejor abrelatas del mundo.
Aprendí que el humor es el antídoto ideal frente a la neurosis; que un rayo de luz vence la oscuridad y que tener sueños, una meta y un poco de perseverancia te lleva mucho más lejos que el ir viviendo al “ahí se va”.
Aprendí que soy el fruto de la lucha de mis bisabuelas, abuelas y madre. Que nadie es un ente aislado, que somos un todo y mientras no lo entendamos seguiremos repitiendo el curso.
Aprendí que el amor verdadero siempre, siempre reconstruye los puentes y mientras hay vida, existe la esperanza.
Aprendí que vivimos en un siglo maravilloso; que tenemos todo para ser mejores seres humanos y que lo que hagamos, la historia, por medio del internet hoy, mañana sabrá Dios, se encargara de contarlo.