miércoles, 28 de abril de 2010

Festejo de los primeros 60 años

Agradeciendo la presencia de los amigos, amigas y familia a la misa de Acción de Gracias al Dios del Amor y la Fidelidad. Gracias al padre Raúl Lugo, generoso, profundo y comprometido por oficiar y acompañar en ésta fiesta.
Victor Fuenmayor, doctorado en danza, caballero de las artes por el gobierno de Francia, ciudadano del mundo nacido en Venezuela, ser humano maravilloso; Erika Hinsen, hermana del alma, por elección y ésta, la de la voz, en la deliciosa "cochinada" (cochinita pibil) que me regalo mi hermanito Jorge.
Disfrutando lo que más me gusta hacer en el mundo: lagartijas a las neuronas y cosquillas al corazón.
Alfonso, Esther, Paulina, Esther chica y Alfonoso Junior, muy queridos amigos y sobrinos por eleccion, familia Sastré, disfrutando conmigo.
La tía Teté Alcocer, su hija, niños y niñas a los que les canté hace 30 años en el Mundo de Margarita y Chavita, en El Mundo de Cristal y que ahora me llevaron a sus chiquitos para disfrutar juntos canciones como "El Gusanito", "El caracol", la risa, la esperanza, la fiesta de la vida.

jueves, 22 de abril de 2010

60 años de caminos

60 AñOS DE CAMINOS

Me dicen que para los judíos, 60 años representa la mitad de la vida. Suena alentador ya que mi curiosidad es grande. Sin embargo, más allá de si sí o si no, llegar a este puerto del camino me invita a reflexionar sobre lo que aprendí y quiero compartírtelo con la invitación de hacer lo mismo, a final de cuentas, a la hora de la hora, lo único que nos llevaremos serán las lecciones aprendidas y, por si hay regreso, no repetir el curso.

Margarita Robleda Moguel

LO QUE APRENDÍ

Aprendí que por mucho que me esfuerce, nunca lograré dar gusto a los demás, por lo que no vale la pena preocuparse por ello.

Aprendí que soy la única responsable de mi felicidad. Qué nadie está obligado a darme lo que yo no soy capaz de hacer, por lo que cualquier reclamo, en ese sentido, está por demás.

Aprendí que siempre hemos tenido crisis, lo que sucede es que no aprendemos y repetimos, una y otra vez, la lección.

Aprendí que si me reconozco, podré reconocer a los demás. Al reconocerme no temo tu éxito, me gozo en tu gozo y te apoyo en tus días nublados. Aprendo de ti.

Aprendí que puedo enojarme y reclamar cuando atropellan mis derechos, que eso no quiere decir que sea una vieja neurótica y menopáusica, como usualmente nos han llamado, sino una mujer consiente que merece respeto.

Aprendí que la felicidad no es un estado constante sino instantes que se van hilando y en vez de ruido, se trata de alcanzar armonía, coherencia, equilibro, paz.

Aprendí que debo planear, tener metas, pero también escuchar a mi cuerpo y expresar sentimientos: a veces es sí, pero también hay no… y no debo sentirme mal por ello.

Aprendí que el Dios que me legaron mis mayores me ha fortalecido e invitado a crecer; de igual manera, que mi fe no es credencial para juzgar y negar la de los demás.

Aprendí que no importa cuánto me preocupe por hacer más fácil el camino de los cachorros del clan, ellos tienen que vivir sus propios crisoles para fortalecer sus alas.

Aprendí que la mayoría de los comerciantes tienen doctorado en mercadotecnia y nosotros, nosotras, ni siquiera jardín de niños para defendernos. Que los amigos y amigas no se venden en las tiendas. Son un regalo que hay que regar y cuidar con cierta frecuencia.

Aprendí que el negocio de Hollywood es vender películas, por lo que, por más que pinten el futuro aterrador, éste será únicamente consecuencia de nuestros actos hoy.

Aprendí que la paz se construye en la justicia y que a los enemigos de la humanidad, no les interesa que leamos, pensemos, analicemos; que hagamos alianzas solidarias y busquemos el bien común.

Aprendí que lo que a mí me toca, es hacer lo mejor posible mi parte y no permitir que nada ni nadie me robe la alegría que brota de la esperanza de un mundo mejor para todos.

Aprendí que en el corazón del cactus brota agua miel y que detrás de cualquier máscara sobrevive un ser humano.

Aprendí que mientras siga curiosa, investigando, aprendiendo y compartiendo, podré vivir muchísimos años joven y viva: muy viva.

Aprendí que el que se cierra pierde, que frente a cualquier situación sólo hay dos caminos: quejarte o aprender y que la gentileza es el mejor abrelatas del mundo.

Aprendí que el humor es el antídoto ideal frente a la neurosis; que un rayo de luz vence la oscuridad y que tener sueños, una meta y un poco de perseverancia te lleva mucho más lejos que el ir viviendo al “ahí se va”.

Aprendí que soy el fruto de la lucha de mis bisabuelas, abuelas y madre. Que nadie es un ente aislado, que somos un todo y mientras no lo entendamos seguiremos repitiendo el curso.

Aprendí que el amor verdadero siempre, siempre reconstruye los puentes y mientras hay vida, existe la esperanza.

Aprendí que vivimos en un siglo maravilloso; que tenemos todo para ser mejores seres humanos y que lo que hagamos, la historia, por medio del internet hoy, mañana sabrá Dios, se encargara de contarlo.

jueves, 1 de abril de 2010

Recorriendo los caminos de Campeche





En los últimos meses, he visitado seis de los once municipios del estado de Campeche. Ahora, con el plazo de una semana, hay más tiempo para conocerlo mejor, para disfrutarlo. Para tener una mayor contacto con su gente y ejercer mi vocación de hacerles lagartijas a las neuronas y cosquillas al corazón.
¡Campeche es una caja de sorpresas! Tiene todo: zonas arqueológicas de lujo, grutas, lagunas, selva, mar, comida deliciosa, personas maravillosas. Vale la pena recorrerlo despacito y disfrutar su cultura del día con día, la gentileza de su gente, las delicias de su mesa.
En el programa de prevención que realizo con José Manuel Lladó Zetina del Consejo Estatal de Población, los jovenes abren los ojos grandes cuando les muestro Campeche a través de mis ojos curiosos, amorosos. Ahora, te los comparto a ti.