INDIA, AL OTRO LADO DEL MUNDO
Margarita Robleda Moguel
Dicen que los viajes ilustran. Creo que los viajes te
ensanchan el horizonte y te regalan la posibilidad de entender que el mundo es
mucho más grande que la pequeñez que conoces y te rodea, la que nos quieren
vender como única.
Hace unos días tuve la oportunidad de cruzar el océano
Atlántico hasta la India y Nepal. ¡36 horas de viaje con 12 horas adelantadas a
mi reloj biológico! De entrada, me di cuenta de que aun soy lo suficientemente
joven como para dejar la zona de confort y adentrarme, con la protección de un
grupo, a lo desconocido, a lo extraño, a lo ajeno. Cuando tienes tiempo, no
tienes dinero. Luego tienes dinero pero no tienes tiempo, más tarde tienen
dinero y tiempo y te hace falta la salud. Pero lo peor de todo es tener tiempo,
dinero y salud… y carecer de la curiosidad necesaria para emprender la aventura
y terminas eligiendo disfrutar la vida a través del Discovery Channel.
Más allá del caos vehicular, que por cierto es absolutamente
prodigioso, jamás vi un accidente; las vacas y monos circulando por la vida
como si nada, el calor, las moscas y el olor a curry… los hindús y los
mexicanos nos parecemos mucho. Somos personas alegres, cariñosas, creativas,
solidarias; nos cuesta trabajo reconocernos valiosos y terminamos colgándole al
santo, en nuestro caso, a sus dioses en el suyo, la responsabilidad de nuestras
vidas; pareciera que los éxitos y
fracasos no son consecuencias de nuestro quehacer sino designios divinos que no
nos queda más que acatar. En algunas
cosas diferimos. Nosotros tenemos prisa por ser extranjeros: le ponemos nombres
extraños a los hijos, les lavamos el pelo con champú de manzanilla para que se
pongan güeritos… ellos llevan a sus hijos a los sitios históricos para que
conozcan y amen su país.
Me sorprendió que me pidieran con señas si nos
podíamos tomar una foto juntos. ¡Y yo que moría de ganas de tomarles a ellos!
Descubrí que en el fondo, a pesar de que
ellas tienen su sari y yo mi blusa de Chiapas, somos seres humanos que queremos
regresar a nuestros respectivos pueblos con algo que contar. “Conocí a una mujer muy chistosa que hacía
como rana… dijo que era de México… ¿dónde quedara eso?”
Margo Glanz en su libro “Coronada de moscas”, nos cuenta sus
varias visitas a esa caja de sorpresas. Ella dice que la India es la dualidad:
lo más hermoso y los más espantoso, lo más maravilloso y lo más terrible que te
puede suceder. Nadie queda impasible frente a ella: la amas o la detestas.
Disfrute mucho el libro antes de ir y de regreso lo releo con gran placer. Ya sé
de qué está hablando y se me antoja guiñarle un ojo de complicidad a otra que
también cayó bajo el hechizo de este extraordinario país. Leí a Siddhartha de
Herman Hesse, el Ramayana, la guía Michelin… No encontré para releer Far
pavillions, que me fascinó en la juventud, pero descubrí Pasión India de Javier Moro sobre la vida de
una bailarina de sevillanas que se casa con un marajá.
Nada de lo leído me pudo
decir lo que sería vivir la placidez del amanecer en el Taj Mahjal para tratar
de intentar entender el amor de alguien después de tantos años de partida. La
exquisitez de los detalles, incluyendo los jardines, como si hubieran hilado el
mármol, bordado las luces, las sombras, los reflejos en el agua, la magia y la
nostalgia. La oportunidad se presentó y la aproveché: erigí en mi interior un
Taj Mahjal particular para enterrar mis duelos y dolores. Estoy segura de que
en medio de tanta paz, de tanta belleza, se irán desvaneciendo entre sus
espejos de agua poquito a poco.
Nadie me dijo lo que sería visitar un palacio como el fuerte
Ambert en Jaipur, en cuyos salones y pasillos pude percibir colgados en sus paredes
los sentimientos de las esposas y concubinas, que cargadas de joyas y arropadas
en sedas, únicamente podían atisbar la vida tras las celosías de las ventanas,
o lo que sucedía en las salas de audiencia del marajá, quien tenía en su mano
la vida o la muerte de las personas de su pueblo. Jaulas de oro maravillosas
donde mi mente ejerció su vocación de escritora para afirmar que aun vagan por
esos rincones el terror del monarca de ser envenenado, los celos, la curiosidad,
las traiciones, las risas y el amor.
El llamado triángulo de oro entre Unaipur, Jaipur y Jodphur,
que mi frágil memoria para recordar nombres terminó conjugando: “mi pur, tu
pur, el pur, todos puramos…” es una retahíla de sorpresas que se van
entrelazando una a una.
Hermosos hoteles en antiguos castillos, artistas de las
miniaturas, sedas, alfombras, bazares, templos, palacios, condimentos y aromas.
Saris de intenso colorido que destacan sobre los cafés y ocres de los campos
semisecos en espera del monzón.
La
visita nos brinda oportunidades que ningún canal de televisión de viajes puede
lograr. La adrenalina a todo lo que da cuando recorremos algunas de las
distancias en tuc, tuc, en coche de caballos, jeep, ricksho, elefante, en bus
por las carreteras, en tren, barco… todo eso sorteando empecinados vendedores de
los objetos más inverosímiles. Qué deportes extreme ni que nada. ¡Soy una
sobreviviente!
Más allá de lo que algunos pueden considerar “pornográfico”,
Khajuraho, reconocido como Patrimonio de la Humanidad, es la historia de todos
nosotros, de nuestras fantasías más secretas y
una loa al placer de los sentidos. Es increíble el nivel de manipulación
del barro de estos artistas para poder alcanzar plasmar en los rostros y
cuerpos que adornan los templos el placer, el pudor, el deseo, la seducción, el
orgasmo. Las piedras cuentan historias y
en su conjunto, en medio de bellos jardines, percibo, guardan aun
secretos sin revelar.
Me aficioné a las dozas. Es una especie de barquillo con un
guisado de papa adentro. Afuera una salsa de tomate, otra de coco y en algún
lugar me lo dieron con una salsita verde
que no supe distinguir. Lo sirven con un guisado de calabaza con tantito
chile y se va sopeando con un poquito de cada cosa.
Deje el café a un lado y me
di permiso de probar y hasta logre
entusiasmarme con el té con sus gotas de leche que los ingleses les
dejaron junto con eso de manejar y
circular, aunque sea caminando, por la izquierda, así como los ferrocarriles,
las industrias y el idioma ingles que termina siendo el punto de encuentro para
poderse comunicar entre tantos idiomas que tienen como oficiales. A final de
cuentas descubro que la gentileza y la sonrisa, sigue siendo la mejor manera de
abrir las puertas de aquí y de acullá.
Mi frágil memoria no tiene capacidad de recordar los nombres
de tantos dioses y reencarnaciones.
Pero mi corazón estaba abierto y mi piel
sensible a los sentimientos humanos, es por eso que todo mi cuerpo se
estremecía en algunos de sus lugares de culto, dónde más allá de las cuestiones
económica que seguro rigen algunas instituciones, la fe de la gente mueve
montañas.
Varanasi fue mi cierre de viaje, el broche de oro de la
India; el esperado. Llegamos por la tarde y nos llevaron en rickshos, pequeños
vehículos arrastrados por hombre en una bicicleta. Las multitudes, que cada
noche llegan hasta el rio Ganges para la oración, no permiten que los vehículos
más grandes puedan acercarse. Sentada en una ellas, inmersa en el caos
vehicular de otros similares, tuc, tuc, vacas, motos con hasta 5 pasajeros… en
víspera de mi cumpleaños, no pude más que abrazarme y decir:
“¡Chamaca,
mientras muchas de tu generación están haciendo tiempo mientras llega la
carroza, mírate tú, zig zagueando la vida. ¡Feliz cumpleaños!”
Es impresionante pensar que esas multitudes se
congregan a diario. Pero el sueño de todo hindú que se respete es llegar algún
día al Ganges a la oración vespertina, bañarse en el amanecer y si los dioses
lo permiten, morir para ser incinerado y que sus cenizas alimenten el río para
fluir directo a la eternidad sin volver a repetir el curso en una nueva reencarnaciones.
A los turistas nos llevan en unas lanchas para ver a distancia la ceremonia,
así como poder observar el lugar en los que los incineran. Margo Glanz habla en
su libro sobre la triste suerte que corren muchas viudas, sobre todo las de
menores recursos económicos. Antes era un honor tirarse a la pira funeraria del
marido, los ingleses intentaron detener esta costumbre, pero ahora, las viudas
lo ven no como el honor, sino cómo lo menos terrible.
Ellas no tienen la
posibilidad de heredar a sus maridos, para la familia se vuelve una boca más
que alimentar, por lo que ellas deciden que acompañar al susodicho en la
cremación, es mucho mejor que vivir de la mendicidad, la prostitución o sepan los
dioses terminar por qué vericuetos y
rincones de los caminos.
Si es bello y vibrante en el ocaso, el amanecer en el Ganges
es suave, mágico, espiritual, generoso. Día de mi cumpleaños, día de acción de
gracias al universo, día de renovación.
Aún hay mucho
por hacer. Pero ¿dónde no? En medio de todo esto, la India descolla a nivel
internacional en ciencias y tecnología. No es únicamente una postal hermosa. Es
un mosaico maravilloso que tiene mucho para compartir.
Por lo pronto yo decidí
disfrutar el viaje en lugar de pasármela haciendo comparaciones o soñar con
regresar a casa para comer un bistec de vaca. El respeto que sus religiones
promueven de los animales es una lección de vida. Ya vi dónde se da vuelta, voy
a regresar.
Visite un pedacito muy pequeño del norte de India. Me encantará ir
al Sur y por qué no, repetir esta zona, en una de esas logro aprenderme los
nombres y dejo de conjugar: “me pur, you
pur, he purs…” porque hasta eso, el inglés no es problema.
La India es
un banquete y descubrí que lo verdaderamente importante no es recordar las fechas y los nombres, sino
las vivencias que me llevo puestas, que ya están conmigo y que espero me permitan
alcanzar mayor armonía.