jueves, 5 de septiembre de 2013

¿Quien es esa extraña que vive debajo de mi piel?

En realidad hoy es el Día internacional de la Mujer Indigena, reconozco nuestra deuda con ellas y buscaba en mis archivos algun material que nos pudiera ser útil para reflexionar. Me encontré este texto que presenté hace más de una docena de años en un "Día de la mujer".  Si bien con la distancia observo que la mujer, en ciertas clases, se ha liberado más del control culpa de su sexualidad... ahora es esclava de la mercadoctenia que le impone estandares de belleza muchas veces ajenos a sus latitudes geográficas. Si nos escandaliza la mutilación que las mujeres chinas hacían con sus pies... ¿cómo se le puede llamar a calzarse en la talla 0 y subirse a unos andamios de tacones durante horas... para darle gusto a... ¿alguien lo sabe? Mientras no sepamos quien es esa extrañaba que vive debajo de nuestra piel, nos pasaremos la vida queriendo darle gusto a los demás.



¿QUIÉN ES ESA EXTRAÑA QUE VIVE DEBAJO DE MI PIEL?

                                 CONFERENCIA CON MOTIVO DEL DIA DE LA MUJER

                                           INSTITUTO MEXICANO DEL PETROLEO


                                                                                                        Margarita Robleda Moguel

8 de marzo del 2000
¿Quién es esa extraña
que vive debajo de mi piel?
¿Qué quiere?
¿Qué sueña?
¿Qué espera?
¿Quién es?

No es ni mi abuela,
ni mi madre,
ni mi hermana…
tampoco es la esposa de…
no soy la hija,
la mamá,
la tía,
la patrona,
Sin embargo…
a pesar de no tenerlo muy claro,
ante algunos de ellos,
de todo soy la culpable.

¿Quién es esa extraña
que vive debajo de mi piel?
¿Quién es?

Me veo en el espejo
y no me reconozco.
No soy esa
que todos dicen que soy.
Pues si así fuera,
¿dónde acomodo mis dudas,
mis miedos, mis preguntas;
en donde manifiesto mis logros,
mis sueños,
mis deseos, mis retos y mis fantasías…?
¿dónde puedo ser simplemente… yo?

¿Quién es esa extraña que vive
debajo de mi piel?
Puede alguien decirme…
Creo que he llegado a la edad
en la que me gustaría
comenzar a descubrir,
intentar investigar,
arriesgarme a ser;
estoy dispuesta a correr el riesgo
a equivocarme si es necesario,
con tal de saber
que algún día
por primera vez,
me atreví a preguntar,
a sentir,  
a ser yo,
Me descubrirme viva…
con todas sus consecuencias.


Dicen los estudiosos que la historia cambió su curso cuando el hombre logró atrapar el fuego; pero yo estoy segura de que fue un ella la que lo hizo por su deseo de mantener la cueva calientita para sus cachorros;  y estoy segura de que fue un ella la que coció las primeras vasijas para tener agua siempre y cerca, en vez de  ir a beberla directamente al arroyo; y estoy convencida de que fue un ella la que al ver que el hombre se dilataba en regresar de su cacería tras los mamuts y habiendo hambre en la familia, en su desesperación,  se le ocurrió moler esas semillas que crecían silvestres en la entrada y mezclado ese polvo con unas gotas de agua, sobre   una piedra caliente, surgió el primer pan nuestro  de cada día.
Con el paso de los siglos la mujer fue conociendo mejor las plantas y descubrió sus posibilidades curativas y alimenticias. Fue madre y partera, hija y esposa. Acunó en los brazos a sus pequeños dejando fluir la ternura maternal a través de arrullos, precursores de las canciones de cuna. Para entretener a sus hijos inventó  rondas, rimas y juegos; enseñó a sus herederos  lo que había aprendido en las rutinas diarias por la sobrevivencia: a coser las pieles, a cocinar los trofeos de las cacerías, a seleccionar las plantas y raíces, a descubrir sus cualidades; a curar, a construir, a armar los espacios para ofrecer comodidad, y llegado el momento del traslado a otras zonas, el cómo se elabora un equipaje ligero, algo que lleve mucho y que se pueda cargar con cierta facilidad.
El mantener la mesa puesta y el lecho con flores, el contar las estrellas, el cantarle a la vida y a la luna, el pintar con la sabia de las plantas y el jugo de las frutas escenas de la vida diaria en las paredes de las cuevas, fue parte de su rutina... los años fueron pasando y después... ¡la oscuridad de los siglos! ¿Qué sucedió? ¿Fuimos nosotras las que nos escondimos? ¿Fue el hombre el que tuvo miedo del poder de la mujer?
Hay estudiosos que dicen que el varón temía ser devorado por su compañera. Ellas tenían el secreto de la concepción, el conocimiento de las plantas y soportaban estoicas el dolor del parto. Otros piensan que el hombre celoso por ese conocimiento, después de obtenerlo, se inventó una universidad a la que ella no tuvo acceso, se dio a sí mismo el título de médico y a ella la mandó  quemar a la hoguera por bruja.
El título del libro “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” nos sugiere que existen diferencias que confirmo diariamente en la vida; mientras que en la primera cita de la pareja, la mujer vuela en la mente, desde su matrimonio y luna de miel, hasta llegar a la primera comunión de sus nietecitos, el hombre, únicamente aspira a llegar con ella... a la cama lo más pronto posible.
Intentando ponerme en las botas de piel de ese hombre prehistórico, veo a un ser humano con gran fuerza física que vive en constante lucha para enfrentar el medio ambiente; que descubre que aprovechado la dureza de las piedras puede utilizarlas como armas para alejar a los enemigos que rondan la cueva y cómo con el paso del tiempo,  la imaginación,  la creatividad y el hambre, lo impulsan a probar amarrar la piedra a un palo, para  construir un arma más eficaz, que con los años va puliendo en  sus orillas hasta convertirla en un afilado instrumento de muerte que, ahora, no solo ahuyenta a los enemigos sino que le permite enfrentar al otro, al igual; salir al encuentro de piezas más codiciadas y planear una logística de ataque.
De entrada, la historia nos muestra a la mujer dando a luz, preservando la vida y al hombre haciéndose de instrumentos de poder y de muerte. ¿Cuando surge la competencia por el bastón de mando? ¿La lucha entre los más fuertes por el liderazgo del grupo? guerra que se extiende entre nosotros hasta el día de hoy.  ¿cuando se perdió la ternura? ¿Era demasiado rudo el entorno y la sobrevivencia para haberla tenido alguna vez? ¿Habría podido ser la historia diferente?
Como escritora dedicada a producir material para niños, los cuentos tradicionales han sido mi fuente de inspiración y acicate. El horror que me produce que sigamos leyendo a nuestros niños semejantes monstruos, me lanzó a proponer nuevos esquemas y, en los últimos tiempos, a jugar con las historias para aportar mis versiones. ¿Qué tanto daño nos han hecho esos roles aprendidos desde niños? ¿Qué tanto éstos son los culpables de lo que ahora estamos entendiendo como “género”? ¿Qué tanto les permitimos que continúen presentes en nuestra vida diaria?
De entrada, la belleza física en los cuentos es de tipo europeo: “rubios cabellos que caen como cascadas sobre los hombros, ojos azules como lagos serenos... hombres apuestos, varoniles y valientes que nada temen, nunca dudan y jamás se equivocan”. ¿Y si tengo la piel canela y los ojos de capulín? ¿Y si no soy ni fornido ni apuesto; dudo y me equivoco; ¿y si no soy capaz de enfrentar dragones ni ejecutar hazañas que me permitan aspirar a conseguir la mano de la princesa...? que por cierto... ¿cómo se sentirá la muchacha “vestida de carnada” para pescar a un sujeto que, motivado por su belleza, ejecute una acción extraordinaria? ¿Por qué será que los reyes siempre ofrecen la mano de sus hijas?
En una versión propia  del “Sastrecillo valiente”, cuando el muchacho logra vencer al gigante y el rey intenta entregar a una princesa con cara de mal humor, producto del sentirse usada por la ambición paternal o como se diría en lenguaje monárquico, en bien del reino, el sastrecillo le dice al monarca: “disculpe su majestad, pero considero que la princesa es mucho más valiosa que un simple trofeo de cacería. Yo quisiera, si me lo permite, invitarla a tomar un helado para que nos vayamos tratando”. Semejante discurso, arranca de la joven un suspiro de alivio, ¡el muchacho no era un caza gigantes machorro! sino alguien sensible y preocupado en conocer sus sentimientos, por lo que inmediatamente responde: “¿Te parece bien el domingo”.
A las mujeres nos dijeron que llegaría un príncipe azul a salvarnos, y nos casamos con quién se pudo. A los hombres, que conquistarían a una princesita y nada, la vieja ronca. Esto ha hecho que exista  un sentimiento profundo de que alguien nos engañó y la experiencia en los distintos foros me permite entrever, que este sentimiento no es exclusivo de ninguna de las clases sociales: sino general.
Alguien nos engañó. Nos dijeron que vendrían a salvarnos y nos quedamos pasivos esperando. Por ejemplo: no entiendo por qué Cenicienta, ante el abuso de su madrastra y hermanastras no tomó una actitud más activa; si quería ser sirvienta, ¿por qué no se fue a realizar dicha actividad en la casa de a lado donde siquiera recibiría un salario? ¿Qué tanto nosotros, como país, estamos esperando se salvados por el otro: el presidente, la inversión extranjera, el banco mundial; tan siquiera por un “Melate”? La actitud pasiva de Cenicienta es solo una parte. También existe otro personaje que nos mantiene pasivos y dependientes de la ayuda, de la salvación  externa: el hada madrina. Cuando las cosas se ponen más terribles, aparece este mágico personaje y arregla todo el desorden, soluciona el conflicto, y pone las cosas en su lugar. ¿Y qué tal de apabullante puede ser la sentencia de: “Y vivieron  siempre felices”? Por un lado, podría  llenarnos de esperanza dicha posibilidad, pero también de ilusiones vanas al pensar que la felicidad llega mágicamente.
En los cuentos nada se dice de las arrugas y la rutina;  nadie habla de construir la dicha día con día, de echarle ganas; de perdonar una y otra vez o setenta veces siete como dice el libro sabio. Nos hacen pasivos a hombres y mujeres al pensar que ese sentimiento viene incluido en el pastel de bodas y que el ver televisión juntos, nos permitirá tener algo de qué platicar.
Pero hay mujeres que rompen el esquema de ser simplemente una “barbie” y se atreven a salir a descubrir su identidad transgrediendo, eso de “ ser únicamente para los otros” y nunca, “ser para sí”, que  Simone de Beauvoir  explicó tan acertadamente en su libro “El segundo sexo”.
Esta mujer tiene que estar muy agradecida con su marido porque le dio permiso de trabajar: “mientras no descuides la casa, mi amor,  tus obligaciones y me des mi lugar... puedes hacerlo; mi reina”.  La aportación a la economía doméstica “es lo de menos”. Ella quería realizarse ¿no? Pues adelante. Su jornada diaria ya no es de únicamente de tres turnos, como cuando “no trabajaba”, que en el lenguaje domestico se traduce como: “cuando no recibía salario por hacerlos”; ahora, después de que en el trabajo tiene que esforzarse cinco veces más que los hombres para estar constantemente probando ante   los jefes y sobre todo ante ella misma, que es inteligente, eficiente y eficaz; que tiene que salir ilesa de las agresiones y zancadillas que pueden provocar el miedo de sus compañeros varones ante el peligro de perder el puesto, y estar  confirmando constantemente ante las mujeres que la rodean de  que no alcanzó el trabajo por medio de unas sábanas... ¡uf! ¡Resulta verdaderamente agotador! Descubre que eso es solo el principio. Ella quería liberación ¿no? ¡Órale! El que salga a trabajar no le quita que la casa sea su responsabilidad. ¿Qué no? El cambio de los zapatos de tacón de funcionaria,  por las chanclas, dan inicio al segundo turno. El marido llega cansado del trabajo ¡pobre! así que cómodamente se sienta a ver televisión. Ella, después de revisar tareas, preparar la cena, lavada de dientes y dar el besito de las buenas noches a los hijos, llega al tercer turno, en el que nuevamente hay cambio de vestuario por algo más sugerente, ya que el señor, descansado, espera encontrar un poco de relax a las tensiones del día y la mujer debe de estar glamorosa para no ser cambiada por una vieja menos fodonga. El cuarto turno se da a veces, no siempre,  cuando un sonido extraño surge  del cuarto de los niños y despierta al marido, quién invariablemente se voltea y dice: “Vieja, vieja, ahí tose tu hijo”.
Cuatro turnos y un estigma impreso en la frente ganado a pulso: la mujer es la culpable de todo.
El género en la vida diaria se lee de muchas maneras. A las niñas no nos dejan jugar con carritos y terminamos siendo choferes; a los niños les prohíben jugar a la casita y a las muñecas. Desde pequeños, mamá y papá,  les enseñan,  que jugar a “la casita” es actividad menor, corren el riesgo de volverse mandilones; que jugar con muñecas, es cosa de niñas, de nanas; claro que luego crecen, son papás, y no saben manifestar la ternura.
A la mujer se le permite llorar sus penas en el hombro de una amiga. El hombre se tiene que poner “hasta atrás” para que dando un fuerte golpe en la espalda del sujeto de su afecto, diga: “Compadre del alma, se le aprecia, compadre”.  Porque si lo dice en frío, en seco, podría ser considerado “poco adecuado”; ser tomado como una invitación... “peligrosa”.
A los niños no les permitimos llorar; es más, queda muy claro que si llora es “mariquita sin calzones, se los quita y se los pone”. A la niñas se les enseña a parecer tontas... “A los hombres no les gustan las mujeres inteligentes -nos dicen las abuelas-, dile a tu marido siempre que sí... y luego has lo que quieras; después de “aquellito”, puedes pedirle todo”.
Curiosamente, tanto a hombres como a mujeres, nos controlan la expresión de los sentimientos: a los amigos, les podemos manifestar nuestro afecto el 14 de febrero, el 10 de mayo es el altar máximo de la mamacita; patrióticos, solo el 16 de septiembre; nostálgicos, el 24 de diciembre, desmadrosos en carnaval.
Apenas comenzamos a llorar nos calman, generalmente con un dulce, por lo que más tarde aprendemos a asociar la comida con calmar el dolor y la ansiedad. Si estamos alegres y elevamos el tono de nuestra voz, nos tranquilizan con un ¿qué te pasa? ¿qué tomaste? Es así como aprendemos a llorar únicamente en los velorios, a reír y cantar en las fiestas y para sentirse parte del clan, todos muy juntitos, gritar en un estadio: ¡gooooool!
Terminamos los adultos amarrados como las estatuas de marfil: sin una mano, sin la otra; neuróticos públicos, serios y aburridos; cuerdos amarrados a mil cuerdas; insatisfechos y  aterrados por “el que dirán...” todo lo anterior como símbolo de nuestra madurez.
¿Es eso lo que queremos? ¿Es esto a lo único que podemos aspirar? ¿Es éste el camino que nos lleva a la felicidad, objetivo y meta de todo ser humano?
Es muy poético pensar en la mujer como la guardiana de las rimas, de las canciones, las leyendas y delicias culinarias, de los remedios caseros y los consejos de las abuelas... si es así, ¿por qué estamos permitiendo que nuestra memoria se diluya? O sea que a final de cuentas, vendemos nuestra herencia por un plato de lentejas; la realidad es que como custodias de la cultura hemos perdido el rumbo, en lugar de conservar y promover algo bueno que nos beneficia a todos,  como es el conocimiento y orgullo de nuestras raíces, preservamos algo que durante siglos nos ha lastimado tanto a los hombres como a las mujeres: “El machismo”. ¿Qué tanto somos nosotras las que seguimos dañándonos al educar a los varones de una manera diferente que a las niñas? “Anda, atiende a tu hermano”. Los hacemos frágiles al no aprender a atenderse a ellos mismos; los hacemos golpeadores  al no permitirles expresar sus sentimientos; los hacemos egoístas al hacerlos sentirse reyes,  que todo se merecen; los hacemos unos pobres diablos que no saben manejar sus frustraciones y fracasos... y después, cuando entre lágrimas y silencios sufrimos abnegadamente las consecuencias, como se espera de una buena mujer, apuntamos con cuidado, sin omitir ninguno, todos los detalles en el libro de los rencores, y llegado  el momento cuando el hombre está de bajada, pasamos la factura a él, a nuestros hijos y a todos los que nos rodean. Como que no se vale ¿no? ni por ellos, ni por nosotras mismas. ¿Quien ganó? Todos salimos perdiendo.
Frente a la realidad de que no nos estamos entendiendo, de que no somos felices, tenemos que replantearnos todo: la vida y la cultura, las reglas del juego. Al hombre tendríamos que enseñarle a atenderse a sí mismo, a expresar sus sentimientos y a compartir; a ellas, a darles alas y sueños, que ejerciten más su cerebro y que tengan los medios para ganarse el pan; de esa manera ninguno de los dos  tendrán que casarse, sino que, en caso de hacerlo, lo harán con toda conciencia, libertad y deseo de compromiso,  en igualdad de condiciones. ¡habrán elegido un complice!
Reconozcamos que somos seres humanos que merecemos respeto y por lo tanto en igualdad de condiciones, participemos en la construcción de un mundo más justo para todos, sin distinción de raza, género y clase social.
Atrevernos a preguntarnos esto, puede ser el inicio de todo.
Sí, el cambio requiere trabajo, dedicación, esfuerzo, estudio, disciplina, compromiso, pero ya lo hemos hecho antes y lo podemos volver a hacer. Que esa mujer del inicio de los tiempos, que tuvo el interés, la curiosidad, y la tenacidad de descubrir el fuego para mantener la cueva calientita para sus cachorros, siga en nosotras encendiendo el fuego que calienta esta inmensa cueva universal que es el Planeta Tierra; pero que comprenda que  la búsqueda del bienestar de la familia y el servicio comunitario,  no está reñido con el ejercicio de la inteligencia y del ser para sí; que tiene todo el derecho de responderse preguntas y desarrollar sus otros potenciales antes vedados a su género;  que ese hombre que, dispuesto a morir si era preciso,  ideó la forma de proteger a su familia de los peligros del exterior, se atreva a enfrentar los peligros del interior que hoy en día lo asechan: la devaluación de si mismo, la apatía, indiferencia, inmovilidad... insatisfacción y el miedo; que recupere el derecho de conocer y manifestar sus sentimientos tanto del  clamar por la justicia como la de bucear y extraer del fondo de su corazón la ternura para compartirla, a sabiendas que esta manifestación no lo mina en su hombría sino lo fortalece en su esencia de ser humano;  que  recuperemos el deseo de reencontrarnos a pesar de las aparentes dificultades y diferencias, y que ese deseo nos impulse a buscar los medios, las formas, los canales e instrumentos de comunicación para ponernos de acuerdo sobre la manera de inventar juntos este milenio nuevo, el día hoy.
¿Cómo queremos que sea nuestra vida? ¿Qué esperamos uno del otro? ¿Qué tenemos que hacer para encontrarnos a la mitad del camino?
Esto me recuerda a una mujer que me contrató para cerrar su convención y me pidió expresamente dijera la poesía con la que comencé y que se encuentra en un libro que aún no he publicado titulado: “Acompañando la espera”. A punto de iniciar, vi que la mitad de auditorio eran hombres, así que comencé diciendo: “Hija mía, hijo mío... te regalo la palabra”. Más tarde, la mujer me reclamó diciendo: ¿Por qué dijiste hijo mío si el poema dice hija mía? Porque el hijo mío -respondí- no tiene la palabra y mientras no la tenga, no nos vamos a entender.
Así pues, como cierre de esta intervención, tanto a hombres como a las mujeres, quisiera regalarles la palabra. La palabra nos libera, nos comunica, nos enlaza, nos purifica, nos sacude y acaricia; la palabra nos hace hombres y mujeres, nos diferencia de los animales. La palabra y sólo ella nos permitirá encontrarnos a la mitad del camino cuando cada uno de nosotros tengamos la libertad y  el valor de contar nuestra  parte de la historia.
Hija mía, hijo mío:
te regalo la palabra.
Que tu sí,
sea así,
si tu lo quieres;
que tu no,
sea no,
por tú decisión.
Que tu quiero,
sea !quiero¡
y no por favor...
que tu no quiero
sea  !no quiero¡
y no tengas por ello
que pedir perdón.

Hija mía, hijo mío:
te regalo la palabra,
nos ha costado sangre
conseguirla
y se que tus abuelos,
sus padres
y toda nuestra dinastía,
por tenerla,
han dado la vida.

Hay quién dice que el culpable de todos nuestro males, es el matriarcado que reinó durante el paleolítico; otros autores aseguran que fue el patriarcado el que en su deseo de mantener la propiedad privada, de generación en generación, y la seguridad sobre la legitimidad de los herederos, inventó el matrimonio y a la mujer la educó para que encontrara únicamente su realización siendo madre; la llenó de hijos y de miedos y la encerró en su casa protegida de las tentaciones del mundo.
No se trata de buscar culpables, francamente, ya son bastantes las culpas que cargamos sobre nuestros hombros con mucho dolor y sin sentido.  La verdad es que, tanto las mujeres como los hombres, nos sentimos solos y cuando hemos logrado entendernos, la pasamos muy, pero muy bien juntos.  Así que, por qué no en vez de echarnos, como siempre, la culpa unos a los otros, nos atrevemos a encontrar juntos las respuestas a las preguntas universales que son: ¿Quién soy? ¿A dónde voy?, ¿Quiénes somos?, ¿A donde vamos? ¿Es este el camino que nos lleva a la felicidad? ¿Vamos juntos o cada quién por su lado? ¿Será que algún día nos podamos encontrar a la mitad del camino?
Sin otro objetivo más que el que algún día nos logremos comunicar, entender...  continúo con estas reflexiones para intentar comprender el tema que nos pidieron desarrollar: mística familiar.
¿De donde viene nuestra información? ¿Quién decide qué tipo de educación conviene a la población? ¿A quiénes les benefician los grupos de fanáticos como los Hooligans futboleros? 
Se dice que la formación la mamamos. ¿De que fuente? La ventaja de ser juglar de los caminos, es que uno anda de aquí para allá, ve esto y aquello, reflexiona, medita; comparte con otros que como ella se atreven a preguntar; el poeta es voz de los sentimientos de los pueblos y puede acertar o equivocarse, pero sabe que el errar permite descubrir que por ahí no era el camino.  Continuamos pues.
El Excelentísimo e ilustrísimo D. Antonio Cloret en su libro “Camino recto y seguro para llegar al cielo”, publicado en Barcelona en 1887 y cuyo ejemplar fue regalado a su hija por  don Anselmo Duarte, mi tatarabuelo,  en Mérida Yucatán el 24 de Noviembre de 1889, sigue haciendo eco y ruido en algún cajón de nuestra memoria genética; por lo menos marcó a mis tres generaciones predecesoras: la bisabuela, la abuela y a mi madre, que gracias a la libertad interior de mi padre y con mucho esfuerzo, no salió tan maltrecha, a pesar de haber sido programada para continuar la cadena de dolor de vivir en este “valle de lágrimas”.
En el capitulo: “Obligación de varios estados”, quisiera mencionar algunas obligaciones de los maridos y las  esposas que me llamaron poderosamente la atención, pero sobre todo me llenó de pena darme cuenta  de qué tipo de relación se lograba alcanzar con semejantes términos.
OBLIGACIÓN DE LOS MARIDOS:
Amar a la mujer como Jesucristo a la iglesia.
Dirigirla como a inferior
Tener cuidado de ella, como guarda que es de su persona.
Mantenerla con decencia.
Sufrirla con paciencia.
Asistirla con caridad.
Corregirla con benevolencia.

OBLIGACIONES DE LAS ESPOSAS:
Apreciar al marido.
Respetarle como a su cabeza.
Obediente como a superior.
Ayudarle con reverencia.
Contestarle con mansedumbre.
Callar cuando está enojado, y mientras dure el enfado.
Soportar con paciencia todos sus defectos.
Repeler toda familiaridad.

“Hay que sufrir para merecer”, decía mi abuela, pero yo... ¡francamente! si para llegar al cielo tengo que padecer este camino “recto y seguro”, prefiero quedarme con el de “La Bamba” que tiene una “escalera grande y otra chiquita y arriba y arriba...”

Ayer, se nos dijo: “Cómete eso, más vale que te haga daño a que se tire...”  Y francamente, ante a esa consigna tan apabullante y estúpida... hoy quiero  replantearme todo.
A los niños varones, hay que enseñarles desde chiquitos a atenderse a sí mismos, que ninguna de las tareas de la casa les sea desconocida, eso da libertad; hay que darles la oportunidad a ser capaces de expresar sus emociones y sentimientos, de asumir sus frustraciones, de aprender a estar solos y no depender de nadie. De ser así, cuando crezcan no tendrán que casarse para buscar quien los atienda, para tener a alguien a quien gritar o darle un golpe porque no saben decir: “tengo miedo”. Que no necesite de una mujer que a la siete de la noche salga “volando” de donde esté para  llegar a su casa antes que su marido, pues el “pobrecito” no sabe estar solo.
A las hijas hay que enseñarles a mantenerse, a tener la posibilidad de ser independientes económicamente;  a respetarse como personas, a expresar su desacuerdo y sus opiniones; a elegir y asumir las consecuencias, a ser responsables de sí mismas para que no  se “tengan” que casar, para que no “tengan” que buscar a alguien que las mantenga y vivir agradeciendo cada par de medias; o decir con pena  que ellas no trabajan, que sólo son amas de casa; administradoras del hogar, del corazón y ocupaciones múltiples, sin contar las nocturnas, claro,  que, ¿por qué no decirlo? Algunas veces son por gusto, otras con disgusto y la mayoría de las veces sin pena ni gloria porque realmente lo que ella quería era sentirse amada, reconocida, apreciada y cuando llega el momento de la ternura y la intimidad, el señor ronca profundamente a su lado. Que nuestras hijas no se tengan que casar para desligarse de la responsabilidad de ellas mismas y se busquen, para tener el resto de la vida, la excusa de que “no son felices porque su marido no les da permiso”.
Sí, que ni nuestras hijas, ni nuestros hijos se tengan que casar; que nadie se tenga que casar por obligación, por presión social, por rutina; porque eso es lo que toca; porque las abuelas decían: “M’ hijita, más vale pájaro en mano que ciento volando; mejor divorciada que soltera, por lo menos ya le demostraste a la gente que eres mujer”.
Qué decir de los muchachos solos. Si no está bien visto una “quedada”, un solterón es cosa terrible. “A ella, la pobre, no hubo quien le hiciera el favor”  Pero... ¿y a él?
No. Que nadie se tenga que casar, porque el matrimonio es una vocación, una elección y a nuestro alrededor existen demasiados contratos mercantiles de soledades compartidas S. A. de C. V. en números rojos.
Que nuestros niños que se casen, lo hagan porque descubrieron a un cómplice con quien compartir la vida para ser felices. Que llegado el momento, decidirán ellos y sólo ellos cómo va a funcionar su pareja; cómo se integrara su familia y entre los dos a partir de sus capacidades, como parte de su proyecto de vida, decidirán si van a ser padres o si no están capacitados para serlo; digan lo que digan los demás.
El objetivo de la vida es ser felices; con el paso de los años hemos descubierto que para serlo, hay que conocernos mejor, aprender a apreciarnos y a querernos a nosotros mismos; este conocimiento nos permitirá salir al encuentro de la necesidad del otro para participar en la transformación del mundo.
¿Quién es esa extraña que vive debajo de mi piel? La única manera de saberlo… es averiguarlo. Aprender a llamar a las cosas por su nombre, atreverse a hurgar e investigar; el miedo paraliza, pero no hay nada peor que imaginar lo que en realidad puede ser únicamente eso, imaginaciones truculentas.

Después, con toda la libertad del mundo tendríamos que ser capaces de sentarnos a escribir nuestro credo. En esto creo hoy, mañana será otro día, pero por lo pronto, debajo de mi piel, hoy existo yo.

martes, 6 de agosto de 2013

"De dulce, de sal y de manteca". Congreso Lectura: Para leer el Siglo XX, Habana, Cuba 2007



ACIERTOS, DESCONCIERTOS Y DESACIERTOS 
DE LA LITERATURA PARA NIÑOS Y JOVENES

DE DULCE, DE SAL Y DE MANTECA

La Habana, Cuba                              Octubre 2007
Margarita Robleda Moguel
                                                                                       
Había una vez, había una y mil veces… mil y una vez; habían tantas y unas veces, desde el comienzo de los tiempos, en los que, los y las Sherezadas del mundo, han sorprendido, arrullado, liberado, impulsado, fortalecido, iluminado, entusiasmado y cautivado a los habitantes de este planeta, con las historias que ellos mismos se inventaron para explicarse el mundo; para enfrentar los miedos, para educar, abrir ventanas y llenar de luz y de sorpresas las grises rutinas diarias que nos roban la risa y el aliento de vida.
El titulo de la mesa, “Aciertos, desconciertos y desaciertos…” me recuerda una ponencia que presente hace algunos años en un encuentro de escritores en San José de Costa Rica: “El amor, el humor y el horror en los cuentos para niños” donde apuntaba: El amor, el humor y el horror, es el barco que me lanza a navegar por estos  mares inciertos. El amor al trabajo para niños y niñas es la base, el sentido; el inició y el fin; el motor y el vehículo: la razón. El humor, porque sin él, la vida sería triste, y la tristeza tiene que ver con la muerte, el aburrimiento, la desidia; la solemnidad hueca, estéril. Con el humor puedo tocar todos los temas y la risa franca y abierta permite que me cuele por los distintos laberintos sin colador que razone si puedo o no, si debo o quizás... no debería. Y por último, el horror es el acicate que me hace trabajar. Me da horror pensar en el tipo de niños y niñas que están creciendo alimentados por tanta frivolidad y violencia; donde lo que importa es la abundancia en la cuenta bancaria y lo más valioso tener que ser; dónde pareciera que los seres humanos son capaces de aceptar la indignidad con tal de alcanzar sus cinco minutos de reflectores.
Me da horror pensar en un mundo engullido por la NADA que, ese maravilloso profeta al que recordaremos hoy y siempre, Michael Ende, visualizo tan bien. Basta ver la pobreza y vulgaridad de la televisión, en muchos casos, único vehículo informativo, ¿deformativo? educativo: tantísimos canales en cable y nada que ver. Horror, que las fabricas se traguen nuestros bosques y nos den a cambio flores de un día en forma de libros donde nos venden, impunemente, como ser, en cinco minutos, flacos, felices y ricos. Horror que nuestras aguas se llenen de basura gracias a nuestra ansiedad consumidora y que las fronteras que debimos haber derribado, por la relación entre los hermanos, desaparezcan ahora en favor de franquicias internacionales, diluyendo las diferencias que nos enriquecen, unificándonos a su semejanza y beneficio.
Así pues, en esta ocasión, decidí tejer un poco de todo, como en botica, y presentarles unas de dulce: que son las que nos encantan y animan, otras de sal que nunca falta, y un poco de manteca para que resbalen todas mejor. Y así, a pesar de las de sal, a pesar de las chile, incluso con o la ausencia de las de dulce, continuemos en esta locura de contagiar a todos los que nos rodean, y a también a los que no, con el placer transformador de la palabra.
¿Qué sería de nosotros, de nosotras sin un Julio Verne, un Emilio Salgari, Mark Twain, Perrault, Andersen, Hermanos Green, ¡Sin la edad de oro de José Martí!? Entre otros.
Para mí, Luisa May Alcott fue trascendental. El personaje de Jo, de su novela Mujercitas, me permitió vislumbrar caminos muy diferentes a los que la costumbre social me imponía. Me dio permiso a ser distinta, a buscar e inventar mi senda, a luchar por ser yo misma.
Los niños nos apropiamos de todos aquellos cuentos que los Hermanos Green y Perrault pepenaron en la memoria colectiva. Historias que surgieron en esos inviernos eternos de Europa alrededor del fuego, donde las historias de lobos que se alimentaban de niñas con caperuzas, de príncipes que enfrentaban toda clase de monstruos y dragones para alcanzar sus metas, de princesas, cuya belleza, permitía a las aldeanas, sobrevivir la dura realidad; hadas madrinas que los llenaban de esperanza; su vida diaria les decía que por más que hicieran nada podía cambiar, quizás con un poco de suerte y una ayudadita mágica… alcanzarían el triunfo de sus  heroínas y héroes.
En los últimos años la civilización se fue haciendo mayor y en cada país surgimos ¡los atrevidos!, que sin importar que aun hoy en día, en muchos de nuestros países se le considere genero menor..., “mientras aprendes a escribir algo serio y trascendental”, los y las escritoras hemos idos tomando terreno y nuestras historias, rimas y poemas andan, sin pedirnos permiso, circulando por el mundo. Ahora los niños y las niñas, los jóvenes, tienen una mayor variedad y oportunidades de elegir espejos donde reconocerse, ventanas a las cual asomarse; herramientas para enfrentar fantasmas; fuentes para alimentar su vocabulario, su horizonte: sueños. Hoy en día tenemos revistas literarias, congresos, diplomados y encuentros, como este espacio maravilloso que con tanto cariño y talento prepara nuestra amiga Emilia Gallardo y su equipo para que nos encontremos los interesados en el tema; los locos, según algunos, que con nuestro gran talento, en lugar de llenar nuestros arcones produciendo jingles comerciales, exprimimos nuestras neuronas para descubrir los “cómos” acercar a los niños y niñas al placer de la lectura, al disfrute del conocimiento.
Si algo tenemos en común las y los presentes con los ausentes, que algún día se asomaran a estas memorias, es la certeza sobre la importancia de la lectura en nuestros pequeños. Como decía José Martí “Cuando no se ha cuidado del corazón y la mente en los años jóvenes, bien se puede temer que la ancianidad sea desolada y triste”. Me pregunto qué diría el maestro de ver algunos materiales con el que estamos alimentando a los cachorros de nuestra especie; a los que pasaremos la estafeta de la civilización, en cuyas manos estaremos de ancianos... ¡gulp! ¡Brrr…!
Hoy en día, la meta no es la obra maestra sino ser el best seller del momento. Pareciera que el éxito de un libro, tiene que ver más con el aparato de mercadotecnia que con su contenido. Algunos editores, bien podrían estar maquilando zapatos; diseñan la envoltura, sin importar los interiores, a manera de libros objetos: producen cosas bonitas, atractivas. Al no ser lectores, no comprenden que a los pequeños les pueda interesar los garigoleos de las palabras, las ilustraciones, la sorpresa de la trama… es por eso que aderezan los libros con juguetes para llamar la atención y alcanzar su único objetivo: la venta. Conglomerados internacionales que invierten sus excedentes en negocios productivos: cosméticos, gimnasios, modas, libros... Todo en un mismo paquete, bajo una misma regla: el éxito comercial.
Los autores estamos inmersos en esta sociedad, no somos inmunes al canto de sus sirenas que nos dice que lo que importa es lo inmediato: los laureles de gloria, aunque sea efímera, y la cartera rebosante; y es así como aquellos, que no se tapan los oídos, terminan naufragando su barco de sueños por espejitos y un puñado de cuentas de colores, cambiando su herencia por un plato de lentejas. Es así que hoy en día existen algunos autores maquileros de adrenalina. Hay que competir con los juegos de videos y los deportes extremos”. No confían o no tienen el talento de un Poe para sugerir por lo que en sus historias abunda el catchup y la violencia gratuita. Atentos al mercado, hoy son especialistas en “valores”, mañana en dietas, y caen en la tentación de que alguno de sus libros alcance la gloria anhelada, por lo que terminan escribiendo: “Descuartizado, por casualidad, a la media noche”, o incluyendo en sus textos temas de pipi, popo y pupu que bien sabemos, por nuestra tendencia rupestre, venden muy bien. Ojo, no estoy en contra de los especialistas, ni con los que en su proceso creativo se atreven a intentar distintas sendas; son los saltimbanquis convenencieros que manosean y contaminan la literatura los que me causan este desasosiego.
Les confieso que como autora me siento absolutamente desconcertada. Tengo 101 libros publicados en México, Colombia y los Estados Unidos. ¿Qué sigue? ¿Vale la pena seguir editando libros? ¡Pobres árboles! ¿Para qué escribir? ¿Para ser famosa, para ganar dinero, para vender libros? ¿Para acompañar…? ¿Para jugarse el todo por el todo en esto de vivir el sino de vaciar el caudal sobre una hoja vacía? Aunque no se publique, aunque no se venda, aunque no alcance a ser famosa. Aunque… ¿Por dónde?
En la feria del libro de Guadalajara, infinidad de bibliotecarias norteamericanas llegan con la consigna de adquirir material en español para los niños y las niñas hispano parlantes de su país. Muchas de ellas sólo hablan inglés. Invitadas, con gastos pagados por la Fil., eligen los libros por sus portadas y tamaño. Dos cosas son básicas: pasta dura y que sea novedad. Pero ¿cómo? les preguntaba: ¿cómo quieres conocer mis novedades, si desconoces mis antigüedades? No son hot cakes, tampoco "enchílame otra", como dirían en mi país. Por ejemplo: me tomo años hilar los libros: “Paco, un niño latino en los Estados Unidos” y “María, una niña latina en los Estados Unidos”. Durante mucho tiempo estuve tejiendo los temas llenos de humor e información para fortalecer la autoestima de los niños y niñas que son arrancados de su país, de su barrio, de su idioma… trasladados a un país extraño, a una cultura diferente, en muchos casos agresiva y discriminante para el que es distinto… pienso que es vital que ellos sepan que están en su nuevo país con un enorme bagaje para compartir… y ahora resulta que después de un par de años de estar circulando, sin el tiempo suficiente para darse a conocer… ¿no son novedades? 
“La vida es como todas las cosas, que no se deben deshacerlas sino el que pueda volverlas a hacer”. José Martí.
Quizás no debería intentar deshacerla porque estoy segura de no ser capaz de volverla a hacer, pero es que hace tiempo que perdí la inocencia y me duele ver que seguimos inculcando en nuestros pequeños las historias que tanto dolor nos han infligido. Desaciertos que se repiten y continúan llenando de miedo y tristeza nuestros corazones; de falta de aceptación de nuestra realidad. Soy consciente de que estas historias son parte de nuestro bagaje universal, que nos conmovieron, que en su momento nos hicieron soñar. Lo que me impacta es ver a señoras y señores en la ya dorada edad que se quedaron atorados y siguen soñando con príncipes y  princesas, con sus vidas, amores y desamores y están enteradísimos de todos sus movimientos gracias a mal llamadas revistas del corazón.
Ojo,  estas reflexiones no son dogma de fe, únicamente preguntas que me hago  y les comparto en mi calidad de Doctora en Cosquillas Verbales y Besos de Rana que se encuentra haciendo una Maestría en la Pepena: pepena ideas, adivinanzas, suspiros y sueños.
Comencé a escribir cuentos para los pequeños, cuando “desperté” y caí en cuenta de algunos puntos básicos de los cuentos tradicionales. Las mujeres, en su mayoría, son mansas y mensas. Cuando jóvenes retrasadas mentales, con perdón de las personas con capacidades diferentes, y cuando viejas, cuando alcanzan el conocimiento y la sabiduría, las queman por brujas. Son tan grises que carecen de nombre. ¿O alguien sabe cómo se llaman Cenicienta, Caperucita, Ricitos de oro? No es raro entonces, que las mujeres terminemos siendo la mamá de Juanito, la hija de don Pedro, y la esposa de don Juan. Es tal mi rechazo a esa aceptación tan tacita de ser la Sra. de Pérez, así, sin un Elvira previo, que hace unos días, en una boda, le dije al fotógrafo: por favor le pone: “Margarita Robleda Moguel, de ella misma”.
¿Por qué los príncipes tienen que ser azules…? ¿Y si me gusta uno café, uno verde, tal vez morado por lo enamorada que estoy? Con excepción de Blanca Nieves y su cabello negro, las princesas vienen en paquete de belleza europea: caireles de oro, piel de marfil, labios de rubí y ojos azules como lagos. ¿Dónde quedaron nuestras pieles canelas y ojos de noche estrellada de nuestras latitudes latinoamericanas? No somos de hueso largo, más bien las redondeces de nuestros cuerpos propician unos abrazos sabrosos. Las… ¿heroínas? esperan ser salvadas por su príncipe. Lo mamamos, no hay de otra. Aun hoy en día, esperamos que alguien más allá de nosotras mismas,  solucione nuestros problemas, se responsabilice por nuestras acciones, se comprometa con nuestra felicidad. ¿Por qué Cenicienta, a la que según parece le gustaba tanto las labores domésticas, no se fue de sirvienta a la casa de a lado, donde además de apreciar su trabajo seria remunerado? A los príncipes tampoco les va bien. No pueden dudar, no se pueden equivocar, ¿llorar? ¡Ni de casualidad! Quizás por eso tengamos que sufrir, ellos como nosotras, tanto Rambo suelto. Qué agotador debe ser andar siempre con la armadura puesta; ser aceptado únicamente por tu capacidad de vencer dragones. ¿Y qué hay con las ternuras del corazón? ¿Se bajara algún día del caballo?
¿Y qué con eso de que vivieron muy felices? ¿Será que le echaron ganas todos los días? Frase que habría que añadirle a los finales para no crear expectativas vanas. ¿O lo fueron, porque en realidad el príncipe andaba todo el tiempo coleccionando hazañas para presumir a sus amigos y cuando venía al castillo, a saludar, todo era novedad y fiesta? Me pregunto qué tanto de los que viven con el sueño de ganarse la lotería, no están esperando a su hada madrina que venga a solucionarle los problemas, a resolverles la vida.
¿Somos conscientes de nuestros contenidos? ¿Responsables? Hace algunos años, en un congreso de educación prenatal y temprana en esta ciudad de la Habana, en mi ponencia: “Educando con canciones cuentos, reflexionaba:
 “De tín marín, de do pingüe, cucara macara, títere fue. Yo no fui, fue Teté, pégale, pégale que ella fue.”
¿Cuántas veces habremos jugado a este sorteo? Rimas como esta, nos conectan automáticamente al inconsciente, por lo menos eso dicen los expertos... y creo que tienen razón: es tal nuestra inconsciencia que ni siquiera nos damos cuenta de lo que proponemos al seguir cantando, jugando y educando de generación en generación: “Yo no fui fue Teté, pégale, pégale, que ella fue”. O sea que además de soplón, provocador.
“Tortitas de manteca para mamá que está contenta, tortitas y tortones para papá que da tostones”. Mamá está contenta ¿de qué? Papá es solo un proveedor y pareciera que de eso depende su calidad de padre. A mamá hay que pedirle cariño, atención, mimos; a papá tostones que traduciendo para las nuevas generaciones, eran monedas de 50 centavos. ¿Qué tal si le cambiamos a “tortitas de maíz, para papá que está feliz?” ¿Lograríamos algo diferente?
¿Y qué me dicen de “A la rorro niño, a la rorro ya, duérmase mi niño duérmase me ya, porque viene el coco y te comerá?”
Inconsciencia colectiva, inconciencia popular, inconscientes nosotros y nosotras que desde la cuna llenamos de miedos a los que según esto: amamos. Miedos que se convierten, se transforman, se diluyen y se pierden en los laberintos de la memoria y se confunden en sus paredes y redes y se juntan con estos de aquí y aquellos de allá,  crecen y se multiplican y se traducen en fobias y terrores que nos acompañan y manifiestan en violencias,  sin ton ni son, porque no tenemos conciencia clara de su origen ni razón. Nuestros niños y niñas están enfermos de miedo, de ruido, de violencia y desesperación: de falta de esperanza. Hollywood, nos ha contagiado del virus, se ha encargado de decirnos que no hay futuro, ¿o Uds. han visto alguna película en la que se nos presenta algo más o menos atractivo? Cuándo los adultos están juntos... ¿qué hacen? ¡Se quejan! Compiten por alcanzar la presidencia vitalicia del “Sufridor más sufrido”. Olvidamos que los niños y las niñas están atentos y escuchan: aprenden, se contaminan.
Tito tito capotito, sube al cielo…  ¡y pega un grito!
Hoy me toco ser Tito Capotito, subirme al cielo y pegar un par de gritos de alarma. Y es que parte del privilegio de los “marcianos”, según algunos, de todos aquellos que nos dedicamos a escribir cuentos para niños y niñas, de los que apostamos por la educación. Junto con pegado, tenemos la capacidad de ver más allá de lo inmediato. Nuestros ojos son capaces de vislumbrar las posibilidades y los grilletes, las cumbres y los abismos. Alumnos todos de Julio Verne, de José Martí, tenemos la habilidad de ver el futuro, y cual profetas: predecir. ¡Adelantarnos a los tiempos! Mientras más limpio sea nuestro espejo, más nítida será la imagen del que se mire en él; más proyección de sí mismo podrá vislumbrar. Ante la realidad mundial que pareciera atropellarnos, nos toca responder con las “armas” con las que hemos sido dotados: inteligencia, creatividad, talento, arrojo, ¡compromiso! Hoy Cuba nos reúne a reflexionar y proponer. La presencia de compañeros y compañeras de tantos países me dice que son parte de la búsqueda y propuesta de su entorno. En España, María Milagros Montoya da a luz a la editorial Sabina para ofrecerle a las y los alumnos de secundaria lecturas significativas. En México, un grupo de locos y locas, físicos, matemáticos, educadores, narradores orales y escritores, respondimos a la invitación de una loca mayor, Nora Gómez y yo, somos parte de la Asociación Civil, Efecto Creativo que está iniciando el trabajo con los y las maestras de preescolar y educación primaria para rescatar, proponer, reafirmar, fortalecer la curiosidad, el placer del conocimiento y la lectura; para pasar la estafeta, al que la quiera recibir, del sueño de un mundo mejor, más divertido y humano, más justo y alegre. Como bien dice nuestro amigo el físico Roberto Saavedra, seamos hombres y mujeres del renacimiento. Reflexiono: ¿Será que la modernidad ya dio todo lo que tenía que dar? La crisis, se encuentra en todos los rincones del planeta, en todos los ámbitos: educativos, sociales, económicos, ambientales, éticos, culturales, etc. Podemos ver la crisis como derrota, también  como reto: quizás como el momento ideal para romper paradigmas y reinventar el camino: para renacer.
La presencia de todos Uds. me llena de esperanza. No estamos solos. Como dice la canción del poema de Benedetti: “En la calle codo a codo somos muchos mas que dos”. Gracias Emilia por reunirnos a reafirmar y alimentar nuestra alegría, a estrechar lazos fraternales y solidarios con los nuestros; estoy convencida, de que los locos se juntan con los de su especie... y en eso: ¡cada quien! En este banquete de ideas, algo se nos tendrá que ocurrir para llegar a la próxima etapa; porque en este rally que es la vida, que yo sepa, nadie tiene el itinerario completo. Quizás descubramos que no necesitamos una editorial que nos publique, que el Internet nos ofrece espacios por inventar, para construir; o que si nos publican, podamos diseñar maneras de difusión diferentes a las luces de neón, la estridencia, y las “novedades” de un día; alianzas solidarias que diluyan las fronteras y nos enriquezcan a todos.
Lo importante es que ¡la literatura gane! Que el contenido sea superior al envase, que el objetivo no sea parecer sino ser. Tontos no somos, hemos llegado hasta aquí y, si bien nosotros le damos a la literatura… en retorno: los cuentos para los niños y las niñas, para los jóvenes, son el mejor antídoto contra la vejez y la muerte: nos mantienen juveniles, curiosos, atrevidos… ¡Vivos!  Que el ingenio que explayamos en cada historia, nos permita vencer los retos y alimente nuestra alegría. No estamos solos, entre todos, ¡algo tendremos que inventar!
Y bueno, como autora y cuenta cuentos no puedo concluir sin compartir con Uds., mis hermanos y hermanas de vocación, una rebanada de mi pastel.

INQUIETUDES DE UNA RAYA,
Una raya rayada, cansada de sentirse raya soñaba con ser círculo. Se sabía tan recta, tan plana, tan sin chiste... que salió de su espacio en busca de  respuestas. Por el camino descubrió a un ángulo.
-Hola -saludo la raya- ¿quién eres?
-Me llamo ángulo, me parece que somos algo así como parientes. ¿A donde vas?
-Quisiera aprender a ser círculo. ¿Podrías enseñarme tú?
-Me temo que no se nada de eso, pero si quieres, te puedo enseñar a ser ángulo.
-¿Ángulo?
-Lo único que tienes que hacer es doblarte a la mitad... ¡Así!  Si tienes 90 grados, te llamarán ángulo Recto, si tienes menos serás Agudo y si tienes más grados que estos,  tu nombre será Obtuso. ¿Ves que divertido?
-La raya sin pestañear siquiera, seguía todas las indicaciones.
Al cabo de un tiempo de ser Recta, Aguda y Obtusa, decidió que no era suficiente. Ella quería ser círculo, y eso es lo que iba a ser, por lo tanto decidió seguir su camino. El Ángulo le deseó buena suerte  y le recomendó visitar al primo triángulo, tal vez él sabría.
A éste se lo encontró encantado de la vida tocando en una orquesta.
-El ángulo me dijo que vendrías. La verdad es que yo no se nada de círculos, pero si quieres te puedo enseñar a ser triángulo.
-¿Qué tengo que hacer?
-En vez de doblarte en dos, ahora deberás hacerlo en tres partes. Si tus lados son iguales que tu base te llamarán Equilátero...
La raya sudaba grados para seguir las indicaciones de su maestro.
-Puedes ser Isósceles, Trapecio... Anda, se vale probar lo distinto. No temas equivocarte, lo único que descubrirás con eso, es que no era por ahí. Busca,  poco a poco irás afinando tu propia voz.
Al cabo de un tiempo, la raya comprendió que a pesar de lo interesante que resultaba ser triángulo... no era del todo suficiente.
-El triángulo comprendió su desasosiego y le sugirió visitar al cuadrado... tal vez él sabría.
El cuadrado resultó muy serio, muy cuadrado, muy formal, muy licenciado.
-El triángulo me dijo que vendrías, que quieres ser círculo; no sé... has probado tantas cosas que ahora tu cuerpo y tu mente son más ágiles y flexibles... tal vez si tu cabeza toca a tus pies... pero qué digo. ¡Coff, coff! –tosió. ¡La ciencia es algo serio!
-Si mi cabeza toca a mis pies...
La raya se fue dejando atrás al cuadrado con su  confusión.
De pronto se topó con una naranja, fue tan de repente que enmudeció por la emoción.
-Hola -saludó la naranja.
La raya la miraba totalmente extasiada. Si tu cabeza toca a tus pies parecía escuchar a los lejos.
-¿Sucede algo? -preguntó la naranja preocupada.
-¡Eres tan hermosa! -logró balbucear.
-Gracias -respondió la naranja con un airecito de flor de azahar- ¿puedo hacer algo por ti?
-Me da mucha pena...
-Anda… pide lo que quieras.
-¿Te puedo abrazar? -preguntó la raya zigzagueando por la emoción.
-¿Abrazarme? -respondió la naranja con las mejillas anaranjadas de rubor.
-¡Si! -exclamó la raya. Con tu abrazo podré ser lo que siempre he soñado… ¡Círculo! Sin ti, soy una raya sin  gracia ni chiste.
-Vaya -dijo la naranja- me alegra mucho poderte ser útil.
La naranja se quedó quietecita mientras la raya comenzó a alargarse, alargarse, alargarse... tanto, que logró abrazar a la naranja. “Si tu cabeza toca a tus pies... –rezaba- ¡pondrás el mundo al revés!”.
Al fin lo había conseguido. Se despidió de su amiga dando maromas de puro gusto; ésta soltó de emoción una lagrima de jugo de naranja.
Cómo círculo conoció la redondez del mundo, el espacio sin límites y la libertad. Fue entonces, cuando comprendió todo.
-Yo que me creía tan pobre, tan plana, tan llena de miedos,  tan sin chiste... he descubierto que hay en mi todas las posibilidades del universo. Si quiero puedo ser un triángulo y participar en una orquesta; incluso puedo ser un garabato… ¡se vale equivocarse! o tan largo como una carretera... entre todas las formas y bellezas, he descubierto que soy la más divertida e interesante porque puedo ser… ¡lo que yo quiera!