En realidad hoy es el Día internacional de la Mujer Indigena, reconozco nuestra deuda con ellas y buscaba en mis archivos algun material que nos pudiera ser útil para reflexionar. Me encontré este texto que presenté hace más de una docena de años en un "Día de la mujer". Si bien con la distancia observo que la mujer, en ciertas clases, se ha liberado más del control culpa de su sexualidad... ahora es esclava de la mercadoctenia que le impone estandares de belleza muchas veces ajenos a sus latitudes geográficas. Si nos escandaliza la mutilación que las mujeres chinas hacían con sus pies... ¿cómo se le puede llamar a calzarse en la talla 0 y subirse a unos andamios de tacones durante horas... para darle gusto a... ¿alguien lo sabe? Mientras no sepamos quien es esa extrañaba que vive debajo de nuestra piel, nos pasaremos la vida queriendo darle gusto a los demás.
¿QUIÉN ES ESA EXTRAÑA QUE VIVE DEBAJO
DE MI PIEL?
CONFERENCIA CON MOTIVO DEL DIA DE LA MUJER
INSTITUTO MEXICANO DEL PETROLEO
Margarita Robleda Moguel
8 de
marzo del 2000
¿Quién es esa
extraña
que vive debajo de
mi piel?
¿Qué quiere?
¿Qué sueña?
¿Qué espera?
¿Quién es?
No es ni mi
abuela,
ni mi madre,
ni mi hermana…
tampoco es la
esposa de…
no soy la hija,
la mamá,
la tía,
la patrona,
Sin embargo…
a pesar de no
tenerlo muy claro,
ante algunos de
ellos,
de todo soy la
culpable.
¿Quién es esa
extraña
que vive debajo de
mi piel?
¿Quién es?
Me veo en el
espejo
y no me reconozco.
No soy esa
que todos dicen
que soy.
Pues si así fuera,
¿dónde acomodo mis
dudas,
mis miedos, mis
preguntas;
en donde
manifiesto mis logros,
mis sueños,
mis deseos, mis
retos y mis fantasías…?
¿dónde puedo ser
simplemente… yo?
¿Quién es esa
extraña que vive
debajo de mi piel?
Puede alguien
decirme…
Creo que he
llegado a la edad
en la que me
gustaría
comenzar a
descubrir,
intentar
investigar,
arriesgarme a ser;
estoy dispuesta a correr
el riesgo
a equivocarme si
es necesario,
con tal de saber
que algún día
por primera vez,
me atreví a
preguntar,
a sentir,
a ser yo,
Me descubrirme
viva…
con todas sus
consecuencias.
Dicen los
estudiosos que la historia cambió su curso cuando el hombre logró atrapar el
fuego; pero yo estoy segura de que fue un ella
la que lo hizo por su deseo de mantener la cueva calientita para sus
cachorros; y estoy segura de que fue un ella la que coció las primeras vasijas
para tener agua siempre y cerca, en vez de
ir a beberla directamente al arroyo; y estoy convencida de que fue un ella la que al ver que el hombre se
dilataba en regresar de su cacería tras los mamuts y habiendo hambre en la
familia, en su desesperación, se le
ocurrió moler esas semillas que crecían silvestres en la entrada y mezclado ese
polvo con unas gotas de agua, sobre una
piedra caliente, surgió el primer pan nuestro
de cada día.
Con el paso de los
siglos la mujer fue conociendo mejor las plantas y descubrió sus posibilidades
curativas y alimenticias. Fue madre y partera, hija y esposa. Acunó en los
brazos a sus pequeños dejando fluir la ternura maternal a través de arrullos,
precursores de las canciones de cuna. Para entretener a sus hijos inventó rondas, rimas y juegos; enseñó a sus
herederos lo que había aprendido en las
rutinas diarias por la sobrevivencia: a coser las pieles, a cocinar los trofeos
de las cacerías, a seleccionar las plantas y raíces, a descubrir sus
cualidades; a curar, a construir, a armar los espacios para ofrecer comodidad,
y llegado el momento del traslado a otras zonas, el cómo se elabora un equipaje
ligero, algo que lleve mucho y que se pueda cargar con cierta facilidad.
El mantener la
mesa puesta y el lecho con flores, el contar las estrellas, el cantarle a la
vida y a la luna, el pintar con la sabia de las plantas y el jugo de las frutas
escenas de la vida diaria en las paredes de las cuevas, fue parte de su
rutina... los años fueron pasando y después... ¡la oscuridad de los siglos!
¿Qué sucedió? ¿Fuimos nosotras las que nos escondimos? ¿Fue el hombre el que
tuvo miedo del poder de la mujer?
Hay estudiosos que
dicen que el varón temía ser devorado por su compañera. Ellas tenían el secreto
de la concepción, el conocimiento de las plantas y soportaban estoicas el dolor
del parto. Otros piensan que el hombre celoso por ese conocimiento, después de
obtenerlo, se inventó una universidad a la que ella no tuvo acceso, se dio a sí
mismo el título de médico y a ella la mandó
quemar a la hoguera por bruja.
El título del
libro “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” nos sugiere que existen
diferencias que confirmo diariamente en la vida; mientras que en la primera
cita de la pareja, la mujer vuela en la mente, desde su matrimonio y luna de
miel, hasta llegar a la primera comunión de sus nietecitos, el hombre, únicamente
aspira a llegar con ella... a la cama lo más pronto posible.
Intentando ponerme
en las botas de piel de ese hombre prehistórico, veo a un ser humano con gran
fuerza física que vive en constante lucha para enfrentar el medio ambiente; que
descubre que aprovechado la dureza de las piedras puede utilizarlas como armas
para alejar a los enemigos que rondan la cueva y cómo con el paso del
tiempo, la imaginación, la creatividad y el hambre, lo impulsan a
probar amarrar la piedra a un palo, para
construir un arma más eficaz, que con los años va puliendo en sus orillas hasta convertirla en un afilado
instrumento de muerte que, ahora, no solo ahuyenta a los enemigos sino que le
permite enfrentar al otro, al igual; salir al encuentro de piezas más
codiciadas y planear una logística de ataque.
De entrada, la
historia nos muestra a la mujer dando a luz, preservando la vida y al hombre
haciéndose de instrumentos de poder y de muerte. ¿Cuando surge la competencia
por el bastón de mando? ¿La lucha entre los más fuertes por el liderazgo del
grupo? guerra que se extiende entre nosotros hasta el día de hoy. ¿cuando se perdió la ternura? ¿Era demasiado
rudo el entorno y la sobrevivencia para haberla tenido alguna vez? ¿Habría
podido ser la historia diferente?
Como escritora
dedicada a producir material para niños, los cuentos tradicionales han sido mi
fuente de inspiración y acicate. El horror que me produce que sigamos leyendo a
nuestros niños semejantes monstruos, me lanzó a proponer nuevos esquemas y, en
los últimos tiempos, a jugar con las historias para aportar mis versiones. ¿Qué
tanto daño nos han hecho esos roles aprendidos desde niños? ¿Qué tanto éstos
son los culpables de lo que ahora estamos entendiendo como “género”? ¿Qué tanto
les permitimos que continúen presentes en nuestra vida diaria?
De entrada, la
belleza física en los cuentos es de tipo europeo: “rubios cabellos que caen
como cascadas sobre los hombros, ojos azules como lagos serenos... hombres
apuestos, varoniles y valientes que nada temen, nunca dudan y jamás se
equivocan”. ¿Y si tengo la piel canela y los ojos de capulín? ¿Y si no soy ni
fornido ni apuesto; dudo y me equivoco; ¿y si no soy capaz de enfrentar
dragones ni ejecutar hazañas que me permitan aspirar a conseguir la mano de la
princesa...? que por cierto... ¿cómo se sentirá la muchacha “vestida de
carnada” para pescar a un sujeto que, motivado por su belleza, ejecute una
acción extraordinaria? ¿Por qué será que los reyes siempre ofrecen la mano de
sus hijas?
En una versión
propia del “Sastrecillo valiente”,
cuando el muchacho logra vencer al gigante y el rey intenta entregar a una
princesa con cara de mal humor, producto del sentirse usada por la ambición
paternal o como se diría en lenguaje monárquico, en bien del reino, el sastrecillo le dice al monarca: “disculpe su
majestad, pero considero que la princesa es mucho más valiosa que un simple
trofeo de cacería. Yo quisiera, si me lo permite, invitarla a tomar un helado
para que nos vayamos tratando”. Semejante discurso, arranca de la joven un
suspiro de alivio, ¡el muchacho no era un caza gigantes machorro! sino alguien
sensible y preocupado en conocer sus sentimientos, por lo que inmediatamente
responde: “¿Te parece bien el domingo”.
A las mujeres nos
dijeron que llegaría un príncipe azul a salvarnos, y nos casamos con quién se
pudo. A los hombres, que conquistarían a una princesita y nada, la vieja ronca.
Esto ha hecho que exista un sentimiento
profundo de que alguien nos engañó y la experiencia en los distintos foros me
permite entrever, que este sentimiento no es exclusivo de ninguna de las clases
sociales: sino general.
Alguien nos
engañó. Nos dijeron que vendrían a salvarnos y nos quedamos pasivos esperando.
Por ejemplo: no entiendo por qué Cenicienta, ante el abuso de su madrastra y
hermanastras no tomó una actitud más activa; si quería ser sirvienta, ¿por qué
no se fue a realizar dicha actividad en la casa de a lado donde siquiera
recibiría un salario? ¿Qué tanto nosotros, como país, estamos esperando se
salvados por el otro: el presidente, la inversión extranjera, el banco mundial;
tan siquiera por un “Melate”? La actitud pasiva de Cenicienta es solo una
parte. También existe otro personaje que nos mantiene pasivos y dependientes de
la ayuda, de la salvación externa: el
hada madrina. Cuando las cosas se ponen más terribles, aparece este mágico
personaje y arregla todo el desorden, soluciona el conflicto, y pone las cosas
en su lugar. ¿Y qué tal de apabullante puede ser la sentencia de: “Y
vivieron siempre felices”? Por un lado,
podría llenarnos de esperanza dicha
posibilidad, pero también de ilusiones vanas al pensar que la felicidad llega mágicamente.
En los cuentos
nada se dice de las arrugas y la rutina;
nadie habla de construir la dicha día con día, de echarle ganas; de
perdonar una y otra vez o setenta veces siete como dice el libro sabio. Nos
hacen pasivos a hombres y mujeres al pensar que ese sentimiento viene incluido
en el pastel de bodas y que el ver televisión juntos, nos permitirá tener algo
de qué platicar.
Pero hay mujeres
que rompen el esquema de ser simplemente una “barbie” y se atreven a salir a
descubrir su identidad transgrediendo, eso de “ ser únicamente para los otros”
y nunca, “ser para sí”, que Simone de
Beauvoir explicó tan acertadamente en su
libro “El segundo sexo”.
Esta mujer tiene
que estar muy agradecida con su marido porque le dio permiso de trabajar:
“mientras no descuides la casa, mi amor,
tus obligaciones y me des mi lugar... puedes hacerlo; mi reina”. La aportación a la economía doméstica “es lo
de menos”. Ella quería realizarse ¿no? Pues adelante. Su jornada diaria ya no
es de únicamente de tres turnos, como cuando “no trabajaba”, que en el lenguaje
domestico se traduce como: “cuando no recibía salario por hacerlos”; ahora,
después de que en el trabajo tiene que esforzarse cinco veces más que los
hombres para estar constantemente probando ante los jefes y sobre todo ante ella misma, que
es inteligente, eficiente y eficaz; que tiene que salir ilesa de las agresiones
y zancadillas que pueden provocar el miedo de sus compañeros varones ante el
peligro de perder el puesto, y estar
confirmando constantemente ante las mujeres que la rodean de que no alcanzó el trabajo por medio de unas
sábanas... ¡uf! ¡Resulta verdaderamente agotador! Descubre que eso es solo el
principio. Ella quería liberación ¿no? ¡Órale! El que salga a trabajar no le
quita que la casa sea su responsabilidad. ¿Qué no? El cambio de los zapatos de
tacón de funcionaria, por las chanclas,
dan inicio al segundo turno. El marido llega cansado del trabajo ¡pobre! así
que cómodamente se sienta a ver televisión. Ella, después de revisar tareas,
preparar la cena, lavada de dientes y dar el besito de las buenas noches a los
hijos, llega al tercer turno, en el que nuevamente hay cambio de vestuario por
algo más sugerente, ya que el señor, descansado, espera encontrar un poco de
relax a las tensiones del día y la mujer debe de estar glamorosa para no ser
cambiada por una vieja menos fodonga. El cuarto turno se da a veces, no
siempre, cuando un sonido extraño
surge del cuarto de los niños y
despierta al marido, quién invariablemente se voltea y dice: “Vieja, vieja, ahí
tose tu hijo”.
Cuatro turnos y un
estigma impreso en la frente ganado a pulso: la mujer es la culpable de todo.
El género en la
vida diaria se lee de muchas maneras. A las niñas no nos dejan jugar con
carritos y terminamos siendo choferes; a los niños les prohíben jugar a la
casita y a las muñecas. Desde pequeños, mamá y papá, les enseñan,
que jugar a “la casita” es actividad menor, corren el riesgo de volverse
mandilones; que jugar con muñecas, es cosa de niñas, de nanas; claro que luego
crecen, son papás, y no saben manifestar la ternura.
A la mujer se le
permite llorar sus penas en el hombro de una amiga. El hombre se tiene que
poner “hasta atrás” para que dando un fuerte golpe en la espalda del sujeto de
su afecto, diga: “Compadre del alma, se
le aprecia, compadre”. Porque si lo
dice en frío, en seco, podría ser considerado “poco adecuado”; ser tomado como
una invitación... “peligrosa”.
A los niños no les
permitimos llorar; es más, queda muy claro que si llora es “mariquita sin
calzones, se los quita y se los pone”. A la niñas se les enseña a parecer
tontas... “A los hombres no les gustan las mujeres inteligentes -nos dicen las
abuelas-, dile a tu marido siempre que sí... y luego has lo que quieras;
después de “aquellito”, puedes pedirle todo”.
Curiosamente,
tanto a hombres como a mujeres, nos controlan la expresión de los sentimientos:
a los amigos, les podemos manifestar nuestro afecto el 14 de febrero, el 10 de
mayo es el altar máximo de la mamacita; patrióticos, solo el 16 de septiembre;
nostálgicos, el 24 de diciembre, desmadrosos en carnaval.
Apenas comenzamos
a llorar nos calman, generalmente con un dulce, por lo que más tarde aprendemos
a asociar la comida con calmar el dolor y la ansiedad. Si estamos alegres y
elevamos el tono de nuestra voz, nos tranquilizan con un ¿qué te pasa? ¿qué
tomaste? Es así como aprendemos a llorar únicamente en los velorios, a reír y
cantar en las fiestas y para sentirse parte del clan, todos muy juntitos,
gritar en un estadio: ¡gooooool!
Terminamos los
adultos amarrados como las estatuas de marfil: sin una mano, sin la otra; neuróticos
públicos, serios y aburridos; cuerdos amarrados a mil cuerdas; insatisfechos
y aterrados por “el que dirán...” todo
lo anterior como símbolo de nuestra madurez.
¿Es eso lo que
queremos? ¿Es esto a lo único que podemos aspirar? ¿Es éste el camino que nos
lleva a la felicidad, objetivo y meta de todo ser humano?
Es muy poético
pensar en la mujer como la guardiana de las rimas, de las canciones, las
leyendas y delicias culinarias, de los remedios caseros y los consejos de las
abuelas... si es así, ¿por qué estamos permitiendo que nuestra memoria se
diluya? O sea que a final de cuentas, vendemos nuestra herencia por un plato de
lentejas; la realidad es que como custodias de la cultura hemos perdido el
rumbo, en lugar de conservar y promover algo bueno que nos beneficia a
todos, como es el conocimiento y orgullo
de nuestras raíces, preservamos algo que durante siglos nos ha lastimado tanto
a los hombres como a las mujeres: “El machismo”. ¿Qué tanto somos nosotras las
que seguimos dañándonos al educar a los varones de una manera diferente que a
las niñas? “Anda, atiende a tu hermano”. Los hacemos frágiles al no aprender a
atenderse a ellos mismos; los hacemos golpeadores al no permitirles expresar sus sentimientos;
los hacemos egoístas al hacerlos sentirse reyes, que todo se merecen; los hacemos unos pobres
diablos que no saben manejar sus frustraciones y fracasos... y después, cuando
entre lágrimas y silencios sufrimos abnegadamente las consecuencias, como se espera
de una buena mujer, apuntamos con cuidado, sin omitir ninguno, todos los
detalles en el libro de los rencores, y llegado
el momento cuando el hombre está de bajada, pasamos la factura a él, a
nuestros hijos y a todos los que nos rodean. Como que no se vale ¿no? ni por
ellos, ni por nosotras mismas. ¿Quien ganó? Todos salimos perdiendo.
Frente a la
realidad de que no nos estamos entendiendo, de que no somos felices, tenemos
que replantearnos todo: la vida y la cultura, las reglas del juego. Al hombre
tendríamos que enseñarle a atenderse a sí mismo, a expresar sus sentimientos y
a compartir; a ellas, a darles alas y sueños, que ejerciten más su cerebro y
que tengan los medios para ganarse el pan; de esa manera ninguno de los
dos tendrán que casarse, sino que, en
caso de hacerlo, lo harán con toda conciencia, libertad y deseo de
compromiso, en igualdad de condiciones.
¡habrán elegido un complice!
Reconozcamos que
somos seres humanos que merecemos respeto y por lo tanto en igualdad de
condiciones, participemos en la construcción de un mundo más justo para todos,
sin distinción de raza, género y clase social.
Atrevernos a
preguntarnos esto, puede ser el inicio de todo.
Sí, el cambio
requiere trabajo, dedicación, esfuerzo, estudio, disciplina, compromiso, pero
ya lo hemos hecho antes y lo podemos volver a hacer. Que esa mujer del inicio
de los tiempos, que tuvo el interés, la curiosidad, y la tenacidad de descubrir
el fuego para mantener la cueva calientita para sus cachorros, siga en nosotras
encendiendo el fuego que calienta esta inmensa cueva universal que es el
Planeta Tierra; pero que comprenda que
la búsqueda del bienestar de la familia y el servicio comunitario, no está reñido con el ejercicio de la
inteligencia y del ser para sí; que tiene todo el derecho de responderse
preguntas y desarrollar sus otros potenciales antes vedados a su género; que ese hombre que, dispuesto a morir si era
preciso, ideó la forma de proteger a su
familia de los peligros del exterior, se atreva a enfrentar los peligros del
interior que hoy en día lo asechan: la devaluación de si mismo, la apatía,
indiferencia, inmovilidad... insatisfacción y el miedo; que recupere el derecho
de conocer y manifestar sus sentimientos tanto del clamar por la justicia como la de bucear y
extraer del fondo de su corazón la ternura para compartirla, a sabiendas que
esta manifestación no lo mina en su hombría sino lo fortalece en su esencia de
ser humano; que recuperemos el deseo de reencontrarnos a
pesar de las aparentes dificultades y diferencias, y que ese deseo nos impulse
a buscar los medios, las formas, los canales e instrumentos de comunicación
para ponernos de acuerdo sobre la manera de inventar juntos este milenio nuevo,
el día hoy.
¿Cómo queremos que
sea nuestra vida? ¿Qué esperamos uno del otro? ¿Qué tenemos que hacer para
encontrarnos a la mitad del camino?
Esto me recuerda a
una mujer que me contrató para cerrar su convención y me pidió expresamente
dijera la poesía con la que comencé y que se encuentra en un libro que aún no
he publicado titulado: “Acompañando la espera”. A punto de iniciar, vi que la
mitad de auditorio eran hombres, así que comencé diciendo: “Hija mía, hijo
mío... te regalo la palabra”. Más tarde, la mujer me reclamó diciendo: ¿Por qué
dijiste hijo mío si el poema dice hija mía? Porque el hijo mío -respondí- no
tiene la palabra y mientras no la tenga, no nos vamos a entender.
Así pues, como
cierre de esta intervención, tanto a hombres como a las mujeres, quisiera
regalarles la palabra. La palabra nos libera, nos comunica, nos enlaza, nos
purifica, nos sacude y acaricia; la palabra nos hace hombres y mujeres, nos diferencia
de los animales. La palabra y sólo ella nos permitirá encontrarnos a la mitad
del camino cuando cada uno de nosotros tengamos la libertad y el valor de contar nuestra parte de la historia.
Hija mía, hijo
mío:
te regalo la
palabra.
Que tu sí,
sea así,
si tu lo quieres;
que tu no,
sea no,
por tú decisión.
Que tu quiero,
sea !quiero¡
y no por favor...
que tu no quiero
sea !no quiero¡
y no tengas por
ello
que pedir perdón.
Hija mía, hijo
mío:
te regalo la
palabra,
nos ha costado
sangre
conseguirla
y se que tus
abuelos,
sus padres
y toda nuestra
dinastía,
por tenerla,
han dado la vida.
Hay quién dice que
el culpable de todos nuestro males, es el matriarcado que reinó durante el
paleolítico; otros autores aseguran que fue el patriarcado el que en su deseo
de mantener la propiedad privada, de generación en generación, y la seguridad
sobre la legitimidad de los herederos, inventó el matrimonio y a la mujer la
educó para que encontrara únicamente su realización siendo madre; la llenó de
hijos y de miedos y la encerró en su casa protegida de las tentaciones del
mundo.
No se trata de
buscar culpables, francamente, ya son bastantes las culpas que cargamos sobre
nuestros hombros con mucho dolor y sin sentido.
La verdad es que, tanto las mujeres como los hombres, nos sentimos solos
y cuando hemos logrado entendernos, la pasamos muy, pero muy bien juntos. Así que, por qué no en vez de echarnos, como
siempre, la culpa unos a los otros, nos atrevemos a encontrar juntos las respuestas
a las preguntas universales que son: ¿Quién soy? ¿A dónde voy?, ¿Quiénes
somos?, ¿A donde vamos? ¿Es este el camino que nos lleva a la felicidad? ¿Vamos
juntos o cada quién por su lado? ¿Será que algún día nos podamos encontrar a la
mitad del camino?
Sin otro objetivo
más que el que algún día nos logremos comunicar, entender... continúo con estas reflexiones para intentar
comprender el tema que nos pidieron desarrollar: mística familiar.
¿De donde viene
nuestra información? ¿Quién decide qué tipo de educación conviene a la
población? ¿A quiénes les benefician los grupos de fanáticos como los Hooligans
futboleros?
Se dice que la
formación la mamamos. ¿De que fuente? La ventaja de ser juglar de los caminos,
es que uno anda de aquí para allá, ve esto y aquello, reflexiona, medita;
comparte con otros que como ella se atreven a preguntar; el poeta es voz de los
sentimientos de los pueblos y puede acertar o equivocarse, pero sabe que el
errar permite descubrir que por ahí no era el camino. Continuamos pues.
El Excelentísimo e
ilustrísimo D. Antonio Cloret en su libro “Camino recto y seguro para llegar al
cielo”, publicado en Barcelona en 1887 y cuyo ejemplar fue regalado a su hija
por don Anselmo Duarte, mi tatarabuelo, en Mérida Yucatán el 24 de Noviembre de 1889,
sigue haciendo eco y ruido en algún cajón de nuestra memoria genética; por lo
menos marcó a mis tres generaciones predecesoras: la bisabuela, la abuela y a
mi madre, que gracias a la libertad interior de mi padre y con mucho esfuerzo,
no salió tan maltrecha, a pesar de haber sido programada para continuar la
cadena de dolor de vivir en este “valle de lágrimas”.
En el capitulo:
“Obligación de varios estados”, quisiera mencionar algunas obligaciones de los
maridos y las esposas que me llamaron poderosamente
la atención, pero sobre todo me llenó de pena darme cuenta de qué tipo de relación se lograba alcanzar
con semejantes términos.
OBLIGACIÓN DE LOS
MARIDOS:
Amar a la mujer
como Jesucristo a la iglesia.
Dirigirla como a
inferior
Tener cuidado de
ella, como guarda que es de su persona.
Mantenerla con
decencia.
Sufrirla con
paciencia.
Asistirla con
caridad.
Corregirla con
benevolencia.
OBLIGACIONES DE
LAS ESPOSAS:
Apreciar al
marido.
Respetarle como a
su cabeza.
Obediente como a
superior.
Ayudarle con
reverencia.
Contestarle con
mansedumbre.
Callar cuando está
enojado, y mientras dure el enfado.
Soportar con
paciencia todos sus defectos.
Repeler toda
familiaridad.
“Hay que sufrir
para merecer”, decía mi abuela, pero yo... ¡francamente! si para llegar al
cielo tengo que padecer este camino “recto y seguro”, prefiero quedarme con el
de “La Bamba” que tiene una “escalera grande y otra chiquita y arriba y
arriba...”
Ayer, se nos dijo:
“Cómete eso, más vale que te haga daño a que se tire...” Y francamente, ante a esa consigna tan
apabullante y estúpida... hoy quiero
replantearme todo.
A los niños
varones, hay que enseñarles desde chiquitos a atenderse a sí mismos, que
ninguna de las tareas de la casa les sea desconocida, eso da libertad; hay que
darles la oportunidad a ser capaces de expresar sus emociones y sentimientos,
de asumir sus frustraciones, de aprender a estar solos y no depender de nadie.
De ser así, cuando crezcan no tendrán que casarse para buscar quien los
atienda, para tener a alguien a quien gritar o darle un golpe porque no saben
decir: “tengo miedo”. Que no necesite de una mujer que a la siete de la noche
salga “volando” de donde esté para
llegar a su casa antes que su marido, pues el “pobrecito” no sabe estar
solo.
A las hijas hay
que enseñarles a mantenerse, a tener la posibilidad de ser independientes
económicamente; a respetarse como
personas, a expresar su desacuerdo y sus opiniones; a elegir y asumir las
consecuencias, a ser responsables de sí mismas para que no se “tengan” que casar, para que no “tengan”
que buscar a alguien que las mantenga y vivir agradeciendo cada par de medias;
o decir con pena que ellas no trabajan, que sólo son amas de casa;
administradoras del hogar, del corazón y ocupaciones múltiples, sin contar las
nocturnas, claro, que, ¿por qué no
decirlo? Algunas veces son por gusto, otras con disgusto y la mayoría de las
veces sin pena ni gloria porque realmente lo que ella quería era sentirse
amada, reconocida, apreciada y cuando llega el momento de la ternura y la
intimidad, el señor ronca profundamente a su lado. Que nuestras hijas no se
tengan que casar para desligarse de la responsabilidad de ellas mismas y se
busquen, para tener el resto de la vida, la excusa de que “no son felices
porque su marido no les da permiso”.
Sí, que ni
nuestras hijas, ni nuestros hijos se tengan que casar; que nadie se tenga que
casar por obligación, por presión social, por rutina; porque eso es lo que
toca; porque las abuelas decían: “M’ hijita, más vale pájaro en mano que ciento
volando; mejor divorciada que soltera, por lo menos ya le demostraste a la
gente que eres mujer”.
Qué decir de los
muchachos solos. Si no está bien visto una “quedada”, un solterón es cosa
terrible. “A ella, la pobre, no hubo quien le hiciera el favor” Pero... ¿y a él?
No. Que nadie se
tenga que casar, porque el matrimonio es una vocación, una elección y a nuestro
alrededor existen demasiados contratos mercantiles de soledades compartidas S.
A. de C. V. en números rojos.
Que nuestros niños
que se casen, lo hagan porque descubrieron a un cómplice con quien compartir la
vida para ser felices. Que llegado el momento, decidirán ellos y sólo ellos
cómo va a funcionar su pareja; cómo se integrara su familia y entre los dos a
partir de sus capacidades, como parte de su proyecto de vida, decidirán si van
a ser padres o si no están capacitados para serlo; digan lo que digan los
demás.
El objetivo de la
vida es ser felices; con el paso de los años hemos descubierto que para serlo,
hay que conocernos mejor, aprender a apreciarnos y a querernos a nosotros
mismos; este conocimiento nos permitirá salir al encuentro de la necesidad del
otro para participar en la transformación del mundo.
¿Quién es esa extraña que vive debajo de mi piel? La única manera de
saberlo… es averiguarlo. Aprender a llamar a las cosas por su nombre, atreverse
a hurgar e investigar; el miedo paraliza, pero no hay nada peor que imaginar lo
que en realidad puede ser únicamente eso, imaginaciones truculentas.
Después, con toda
la libertad del mundo tendríamos que ser capaces de sentarnos a escribir
nuestro credo. En esto creo hoy, mañana será otro día, pero por lo pronto,
debajo de mi piel, hoy existo yo.
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