RETRATO DE UNA MUJER VALIENTE
Entre México D. F. y Mérida Yucatán
A 17 de octubre de 1998
Mi querida Mami:
¡Al fin descansaste reina! ¡Uf! Qué largos y que duros fueron estos 30 años que sobreviviste a papá: al amor de tu vida. Qué agotador y que desgastante fue el enfrentar la batalla diaria de tu cuerpo que por más de 35 años resultó un misterio continuo, un campo de experimentación: un es por aquí, esto funciona, quizá... aquello no.
“La Siempreviva” te llamábamos, porque brincabas las tormentas y te morías... de risa al afirmar que eras tu la que nos ibas a enterrar a todos.
¿Qué te alimentaba mami? ¿Qué extraño combustible mantenía tu maquinaria funcionando contra todo pronóstico adverso? Resultaste un caso de miastenia gravis digno de pasar a la historia de la medicina. Ni Onasis con todos sus barcos y millones, logró mantenerse a flote como lo hiciste tu. Claro que el no tenía tu fuerza ni tus ganas de vivir, así como tampoco un doctor de cabecera tan sabio y amoroso, como es Eduardo Laviada, cuya disposición y cariño no se pueden pagar ni con todo el oro del mundo.
En un lapso de 35 años de historia de la enfermedad en la familia, hay temas para los más variados episodios de una novela: de dulce y de sal, de risa y desencuentros, de huracanes y aleteos de mariposas. Nada de lo humano nos ha sido ajeno, porque precisamente nuestra relación familiar tuvo que ver con lo humano: con la razón, los sentimientos y los valores; y por eso siempre, siempre, después de la tempestad, llegó la calma; después del malentendido, la reflexión; después del distanciamiento, se tendían nuevamente los puentes en ambas orillas para encontrarnos a la mitad del camino.
Mientras escribo esta carta, según dice el capitán, estamos a 11000 pies de altura y la belleza del brillante reflejo de las nubes de algodón, me dan una mínima pista de la maravilla que has de estar viviendo en ésta nueva etapa. ¡Ya llegaste a Casa mamá! A la Casa de nuestro Padre Bueno que tanto nos ama; al que con tanta fidelidad buscaste en vida.
Hace rato que querías irte; no lo decías con palabras, pero había un algo en tu falta de interés por las cosas mundanas que me insinuaba que ya estabas más allá de estos rumbos.
Tengo la impresión de que hace unos días, que tuvimos en la Universidad el evento: “Margarita Robleda... 20 años después”, bajaste la guardia. Viste a tu familia unida, alegre, participando: festejando el éxito. Éxito como respuesta de haber abrazado a la vida con todos sus recovecos. Ahí estaba presente papá y sus enseñanzas: su preocupación por la protección de una especie en vías de extinción: las tortugas, antes de que estuviera de moda la cultura ecológica, así como su lucha por salvar a otra especie en vías de desaparecer: la solidaridad entre los seres humanos y cómo fomentaba en ese entonces, las cooperativas entre los pescadores. En esa noche de fiesta también estabas tu, que con tu ejemplo nos enseñaste que la gente habla por inercia y que uno no puede vivir a expensas del “qué dirán”: maniatados por el temor al juicio ajeno.
Realmente fuiste una mujer valiente mamá. Me pregunto qué habría hecho yo si me hubiera quedado viuda a los 39 años con 6 hijos. Y tu, con una enfermedad extraña y después de haber perdido el amor más grande que he visto concretarse entre dos seres, te creciste y te lanzaste a ejercer uno de tus mayores talentos: cocinar delicioso; abriste en el Paseo de Montejo la primera pizzería en Mérida: Romo por lo de Robleda y Moguel. Lástima que no fuiste tan buena administradora como lo eras cocinera; cualquier pobre que se aparecía a pedir: “una caridad niña”, era atendido en una mesa como cliente distinguido con postre y todo. La quiebra no fue a causa de tu sazón; más bien tuvo que ver con tu deseo de ser coherente, de ver a Jesús en el otro, y la Palabra te había dicho: “tuve hambre y me diste de comer...”.
Recuerdo y admiro tu valor al enfrentar a una sociedad que juzga sin medir consecuencias y como al morir papá, nos llamaban: “las Robleditas de colorines”, sin ponerse a pensar que un cambio de guardarropa familiar implica un gasto excesivo e innecesario, pero que mucho más que eso, es la contradicción que a diario vivimos: creemos en Dios, en su Amor y al final, en lugar de regocijarnos porque el ser amado llegó a la Casa del Padre, nos preocupamos por la cuota social de la cantidad del tiempo de luto y los colores; como si eso nos quitara el dolor de la ausencia y nos consolara en nuestro sentimiento de orfandad.
El ambiente de fiesta cerró tu ciclo mami: ¡habías cumplido! Viste a mi hermano Jorge con una familia linda, a mis hermanas casadas con hombres buenos que las aman, a tus nietos participando y a mi: ¡encantada de la vida! ¿Qué más podías pedir? La tarea encomendada había finalizado. La cosecha, después de los años de lucha, había florecido en abundancia con frutos de unión, alegría, generosidad y paz.
Hace unos días leí una frase que me atropelló: “El hecho de que haya muerto, no nos asegura de que haya vivido”. Puedes estar tranquila Nidya Moguel Guzmán de Robleda: tu sí que viviste. Te preguntaste, buscaste, dudaste; te equivocaste infinidad de veces; acertaste muchas más. Caíste y te levantase en una y mil ocasiones; perdonaste, pediste perdón; sobreviviste a las contradicciones de este siglo ambiguo. Viviste hasta las últimas consecuencias, te atreviste a ser tu misma, y eso hoy en día mi reina, ¡no cualquiera! Tus hijos Jorge, Paloma, Mary Carmen, Alicia, Cristina, Ingrid, Juan Carlos, José, Eduardo y Sergio; tu hermana, tus nietos, tus sobrinos, tus amigos y yo... ¡fuimos testigos!
2 comentarios:
Hola Margarita, hace tiempo nos conocimos, en Chilpancingo, nos recuerdas?: Metztli, Diana y Bety. Nosotras te recordamos con mucho agrado y sincero cariño, dejaste en mí la semilla de una sonrisa ganada por escuchar tus palabras que expresaban ingenio, buen humor, emoción y que cada vez que te recuerdo y comento sobre tu trabajo con mis alumnos, vuelve a aparecer esa sonrisa que por fortuna no sólo en mis labios sino en los de ésos mis alumnos, aún cuando no te conocen personalmente. Cada uno de ellos sabrán de ti y de lo grande que eres, no desde la cabeza hasta los pies; sino de tu cabeza al cielo. Recibe un abrazo más de alguien que te admira y aprecia profundamente. Hasta siempre: Beatriz Maldonado.
Srita. yo no tengo el gusto de conocerla ni conocí a su madre, el 27 de este mes es el aniversario luctuoso de la mía, también ejemplar en cada momento de su vida, la forma en que los hijos vivimos a madres como estas son dificiles por que el zapato normalmente es muy grande como para llenarlo. Sin embargo esta el hecho de la fe de ellas hacía nosotros que nos hacen crecer en momentos inimaginables. un gusto saludarle y felicidades por la manera en que usted aborda este trance.
MARTHA RUIZ GUTIERREZ. GDL, JAL. MEXICO.
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